Hace ya unos cuantos años, en un acto celebrado en la Universidad Complutense de Madrid, procedí a la lectura del poema de Jaime Gil de Biedma titulado “El Arquitrabe”. Después indiqué al público que iba a proceder a una segunda lectura, pero que tuviesen en mente la posibilidad de que el arquitrabe, lejos de ser un elemento arquitectónico, fuese Franco. El poema se convierte en otro. Y es que poner identidad al sujeto es vital para comprender el verbo y el predicado.
“La Rebelión de las Masas” de José Ortega y Gasset se comenzó a publicar en 1926 y sus análisis, previsiones y predicciones son perfectamente válidas en la actualidad. Hay una descripción, por ejemplo, de cómo serán los gobiernos, que te hace pensar que Don José estuvo en la Primera Comunión de Sánchez. La tarea ahora consiste en identificar quien es en la actualidad “la masa” o “el “hombre masa” y contra quien se rebela.
Ortega puso cuidado en elegir la palabra rebelión y no revolución. Porque la rebelión de las masas no revoluciona nada. Antes al contrario. Y porque las revoluciones se ha dado en unos escenarios concretos y con unos parámetros específicos, semejantes. Y, entre ellos la existencia de un estado autoritario pero débil y una falta absoluta de proporcionalidad entre un gran poder social y sus fundamentos, y el estado.
En mi opinión tan sólo ha habido en la historia cuatro revoluciones:
- Los Comuneros de Castilla
- La Revolución Inglesa
- La Revolución Francesa y su emulación en la independencia de los Estado Unidos
- El derribo del muro de Berlín y caída del telón de acero. Esta última con la gran aportación a la humanidad por parte de un cura y un obrero polacos.
El resto no son revoluciones. Son meros golpes de estado; comenzado por el de octubre del 17 en Rusia y siguiendo por China, Cuba, etc.
La aparición de las democracias liberales supone el gran avance de obtener el sistema político más acorde con la convivencia social. “El mayor acto de generosidad” lo llama Ortega. Supone que el poder político, pese a ser global y omnímodo, se autolimita, se desagrega para dejar espacios libres a la convivencia y a otras opiniones; huecos para las personas que minoritariamente y con menos fuerza política mantienen presupuestos y posiciones políticas distintas. Pensemos en la exquisita riqueza y sutileza del juego de controles y limitaciones de poder que nos describe Alexis de Toqueville en “La Democracia en América”.
Bien pensado podemos decir que ser antiliberal es retroceder a lo que ya existía con anterioridad al nacimiento del liberalismo. Con visión histórica debemos mantener que ser antiliberal es como situarse en el Antiguo Régimen. Pese a eso, el filósofo no era muy optimista sobre el hecho de que la especie humana vaya a aceptar eso tan bonito de convivir y gobernar con el enemigo, vaya a permitir, así sin más, la existencia cotidiana de la oposición. Y sobre esto Ortega decía:
“En casi todos los países, una masa homogénea pesa sobre el poder público y aplasta, aniquila todo grupo opositor. La masa no desea la convivencia con lo que no es ella. Odia a muerte lo que no es ella”.
Sabemos que en la época en la que Ortega escribía el libro los ataques a las democracias liberales venían por parte del comunismo recién establecido en Rusia y del incipiente fascismo que germinaba en Italia y Alemania.
Llegados a este punto parece obligado proceder (como en el poema) a identificar a las “masas” y “hombres masa” de la actualidad. Y parece evidente que la “masa” es la “progrez” (que no progresismo) y la izquierda mundial en general. Una diferencia entre lo que acontecía antaño y lo que acontece hoy, es la generalización de la actuación del “hombre masa”. Antes reducido a Rusia, Alemania e Italia hoy globalizado al mundo entero.
Sí. Sin duda que no vamos ser sólo los liberales los que seamos conscientes de esta situación. El “hombre masa” no es tonto. Hay “hombres masa” que odian todo lo que no es “masa”, que dirigen conscientemente el proceso de rebelión, que convierten cualquier hecho en una mentira y en un slogan de marketing internacional; siempre en beneficio propio y de cara a erradicar cualquier posición política de democracia liberal. Es evidente, que sus propuestas no pasan, dada la amoralidad de la izquierda, de ser un slogan para ocultar su vocación de que su pensamiento sea el único existente. Y sobre esto, no hace falta poner ejemplos ya que todos los tenemos en la cabeza y los vemos a diario. ¿Ejemplos ridículos? Sí. Como ridículo es ser contrario a las democracias liberales.
La izquierda, el “hombre masa” actual, vive de lo que reniega. Es parasitario y utiliza lo construido por otros para vivir contra ello. Con anterioridad a las democracias liberales los impuestos servían sólo para atender gastos de estado. La utilización de estos impuestos como fórmula de redistribución de renta es una creación liberal. En tanto que las propuestas socialistas se decantaban por la vía de las nacionalizaciones. Pues bien, hoy en día el comunismo se establece e implementa por un sistema, en principio aceptado por todos, como es el fiscal. El comunismo de hoy no se queda con los medios de producción que son complicados de gestionar. El comunismo se establece por vía fiscal.
A la ansiedad por erradicar cualquier oposición, hay que añadir la existencia estados omnipresentes, sobredimensionados, todopoderosos e irrespetuosos. Todo ello junto aniquila la creatividad espontanea de la sociedad. Esa creatividad natural del ser humano que es capaz de engendrar proyectos. Y no olvidemos que una Nación es un proyecto social. Sin ese proyecto no hay Nación. Sólo hay estado. Y no hay ciudadanos libres con una mochila de derechos y obligaciones; tan sólo hay siervos del estado.
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