La ambición es un deseo ardiente de conseguir algo, especialmente poder, riquezas, dignidades o fama, y la cosa que se desea con vehemencia (RAE).
La psicopatología ve en la ambición apasionamiento y obsesión por uno mismo hasta la exclusión de los demás, y la egoísta y despiadada persecución de auto-gratificación y dominio. Así define la personalidad narcisista. Claro que, ¿quién no es algo narcisista, algo obsesivo, algo dependiente, etc.? Pero no va de eso la idea psicopatológica del narcisismo. El narcisismo patológico lleva al mito de Narciso, joven hermoso que las enamoraba a todas, aunque ninguna lo seducía. Su engreimiento llevó a Némesis, diosa de la venganza, a hacer que el joven se enamorara de sí mismo al contemplarse en una fuente. Absorto, incapaz de apartarse de su imagen, acabó arrojándose al agua. Allí, en el lugar donde cayó, creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre del joven. Ese fue su final.
El narcisista patológico es equiparado con términos como egoísta, engreído, etc., y también se alude a su megalomanía ya que suele mostrar grandilocuencia, grandiosidad, necesidad de admiración o adulación y falta de empatía, ya antes de la etapa adulta, y presente en diversos contextos como familia y trabajo. Al narcisista, que se siente importante y demanda un especial reconocimiento social injustificado (incluso puede demandar dicho reconocimiento ante resultados mediocres o nefastos), le obsesionan el logro y la fama y, en la intimidad, la belleza corporal, el desempeño sexual, sus ademanes y la forma de presentarse. Se siente único, imprescindible, notorio, y con derecho y expectativas de una trato especial y favorablemente prioritario (“yo soy el indicado para…”). Suele ser envidioso y hiere o destruye los objetos de su frustración (por ejemplo otra persona que le impida llevar a cabo sus proyectos), pudiendo llegar a lo delirante en forma de persecución por parte de quienes no le secundan. Es arrogante y altivo, se siente invencible, inmune, y se enfurece cuando le frustran, contradicen o confrontan.
Esta “forma de ser” es un mecanismo de defensa para desviar el malestar del «ser verdadero» hacia un «ser falso», el cual aparece como omnipotente, invulnerable y omnisciente. El narcisista usa ese «ser falso» para regular su valía tomando del entorno “alimento” narcisista (cualquier forma de atención, tanto positiva como negativa). Suele reaccionar con desdén, ira y desafío al menor asomo, real o imaginado, de crítica. A veces no puede soportar la crítica y se retira de la vida social fingiendo falsa modestia y humildad para enmascarar su subyacente grandiosidad y derrota. También puede acabar padeciendo depresión, aislamiento y sentimientos de vergüenza y de no encajar en el entorno. En cuanto a logros (si los hay), siendo ambicioso y capaz, la inhabilidad del narcisista para aceptar reveses, desacuerdos, y críticas hace que le resulte difícil el trabajo en equipo o mantener unos logros a largo plazo. El pronóstico es malo, vive como es y fallece como es.
Llevamos un año soportando narcisismo a raudales. Basta un narcisista para que sea imposible un acuerdo, un grupo de trabajo, algo común. No digo nada si hay más de uno, incluso varios. No obstante la condición del más narcisista debe imponerse incluso en un grupo de similares características. Al fin, cuenta el “yo más”. El narcisista no se doblega con facilidad, así arrase con cuanto le rodea. Y si va de derrota en derrota, más ira siente y mejor contraataca. Al fin y al cabo está en posesión de la razón y la verdad. Y quien no ceda a sus pretensiones es enemigo, sea el ámbito que sea. Hay que hacer mofa, burla y escarnio de quien, una tras otra, le pone en evidencia. La educación, incluso, pasa a un segundo plano, no digamos nada cualquier valor que quede por encima del individuo. ¿Acaso hay algo más valioso que yo?, dirá. Hace un año España quedó sin gobierno, un año después seguimos igual. Hay narcisistas centrales y periféricos, ajenos todos a la debacle nacional. ¿Qué nación? Yo soy el principio y final de la nación, podrían esgrimir. La vida política iba a ser regenerada con savia nueva, jóvenes políticos inmaculados desde su concepción, sin mancha en su historial. Venían a lavar, secar y planchar España. Por ahora, ensucian, mojan y arrugan a los españoles, atónitos ante tanto personaje de tamaña valía. Más allá de potentes dosis de narcisismo y algo de inglés no se ve gran cosa. Si lo que ha venido nos va a salvar, que Dios nos pille confesados. Seguirá el juego, el narcisista vive y muere como tal. Y aquí tenemos una epidemia de jóvenes Narcisos con ganas de triunfar. Así se hunda su madre. Pero Némesis, la diosa de la venganza, está al acecho. Finiquitados los narcisistas, tal vez aparezcan flores en el lugar. Al menos eso dice la mitología.
Doctor en Medicina y Cirugía
Doctor en Psicología
Director del Instituto de Ciencias de la Conducta de Sevilla
Profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla
Académico Correspondiente de la Real Academia de Medicina de Sevilla
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