Observo estos días la infinidad de artículos sobre la acogida o no de refugiados en Europa, la culpabilidad de los padres del niño ahogado o del político inglés Peter Bucklitsch, sí a las cuotas de acogida o de ninguna manera recibir más refugiados, y demás cuestiones relacionadas. Me viene a la cabeza la cuestión filosófica que decía algo así como:
¿Hace ruido el árbol que cae cuando no hay nadie para escucharlo?
Leo además otro artículo de Alejandro García titulado «Responsabilidad: del inveterado arte de escurrir el bulto» que atiza aún más mis ideas.
En mi mente se genera el siguiente hilo de razonamientos:
1º) existen gravísimos problemas sociales en todo el mundo (hambrunas, guerras, pobreza extrema, etc.);
2º) una pequeña porción de estos problemas entra en contacto con la realidad europea por primera vez (refugiados que huyen de la guerra en Siria y de la amenaza del Estado Islámico);
3º) una fotografía realmente impactante hace a la opinión pública europea cobrar consciencia de esa porción de los problemas mundiales (el niño ahogado en una playa Turca);
4º) las muestras de apoyo y manifestaciones populares a favor de que Europa se involucre y solucione ese problema proliferan como las setas (prensa, opinión, redes sociales, etc.).
Pues bien, no puedo evitar pensar en lo hipócrita que resulta la opinión pública española en particular y europea en general. No me parece hipócrita por querer acoger refugiados (o por negarse a ello). Me parece hipócrita porque el desencadenante de toda esta corriente de opiniones es una foto tomada en Turquía. En el momento en que vemos esa imagen han trasladado el problema. Antes era una cuestión tan lejana que ni siquiera la percibíamos. Era una mera anécdota:
«¿Has visto lo de la Guerra en Siria y el ISIS? – Sí, desde luego que menuda historia – ¿Oye y la cagada del Madrid con lo de De Gea? – Jajajaja, menudos borregos los merengues, ahí alguien la ha liado parda.»
Ese hubiera sido el instante de gloria de la cuestión en nuestro día a día si esa foto no hubiese aparecido. Las vidas de los refugiados habrían estado al mismo nivel que un fichaje frustrado.
Sin embargo, esa foto ha traído los síntomas del conflicto Sirio a nuestros salones. Efectivamente son los síntomas. La enfermedad que está causándolos no es otra que la guerra en Siria y la expansión del Estado Islámico. Ese es el diagnóstico efectuado, entre otros, por El País. Pues bien, los occidentales, siguiendo con el buenismo con el que solemos conducirnos queremos atajar los síntomas sin tocar la enfermedad. Ese buenismo europeo que roza la candidez pretende cubrir una herida en la yugular con un par de algodones y tres tiritas.
La corriente de opinión mayoritaria ya ha emitido su juicio sobre la actitud que debe adoptarse respecto a los refugiados. Sin embargo, mantiene absoluto silencio sobre cómo atajar la enfermedad de raíz: frenar a) el conflicto en Siria y b) la expansión del Estado Islámico.
¿Por qué no nos pronunciamos al respecto? ¿Por qué no se producen espontáneas y masivas manifestaciones a favor de una intervención contundente en Siria y contra el Estado Islámico? ¿Tenemos miedo de enfrentarnos cara a cara con las enfermedades que generan la oleada de refugiados?
Mi conclusión es que el árbol que no escuchamos no hace ruido. El único ruido que oímos ahora es el de los refugiados llamando a nuestras puertas. El sonido de los obuses en Kobane, Siria, o en Sirte, Libia, está muy lejos y apenas lo percibimos. En consecuencia no tomamos consciencia de la amenaza que esas enfermedades suponen hasta que los síntomas llaman a nuestra puerta.
Hasta aquí la relación de mis ideas con la polémica fotografía. La relación con el artículo de Alejandro García está en cómo Europa se pone de perfil ante las responsabilidades que poder a nivel mundial le ha impuesto. Europa aspira a ser un protagonista en la geoestrategia mundial, sin embargo, cada vez que la responsabilidad llama a su puerta se pone de perfil.
En la guerra de Yugoslavia la pasividad europea fue cómplice de la masacre de Srebrenica. El tiempo nos dirá de cuantos crímenes hemos sido cómplices en la guerra Siria y en el expansionismo del Estado Islámico.
En definitiva, con nuestro buenismo y la discusión sobre acoger o no refugiados reincidimos en la miopía de ver solamente aquellos problemas que tenemos delante sin escuchar el árbol que cae en el bosque. Ello es consecuencia de otra espectacular puesta de perfil europea ante dos conflictos que por omisión son responsabilidad nuestra.
JOSÉ MARÍA FIGAREDO ÁLVAREZ-SALA
Licenciado en Derecho, Universidad Pontificia de Comillas (ICADE), Madrid North Carolina State University (EE.UU.) Programa de intercambio 6° curso. Licenciado en Administración y Dirección de Empresas, Universidad Pontificia de Comillas (ICADE), Madrid José María Figaredo forma parte del departamento de procesal y arbitraje del bufete González-Bueno & Asociados. Miembro del Club Español de Arbitraje.
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