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Sin gobierno, tampoco es para morirse

Churchill y las elecciones

9 de agosto de 2016 Por //  by Eduardo Molins Dejar un comentario

Parece que vamos a unas terceras elecciones. A estas alturas ya hemos escuchado casi de todo y todo tipo de lugares comunes llevados a la categoría de verdades indiscutibles. La primera de ellas es que No formar gobierno es un problema para España y la democracia.

Las cosas siguen funcionando más o menos igual que con un gobierno electo pero sin nuevas leyes que aplicar. Precisamente por ello hay una cautela constitucional que consiste en la prórroga de los presupuestos y la existencia de un gobierno en funciones cuyas capacidades están recogidas en la  Ley de Gobierno 50/1997.

Esta ley capacita al gobierno en funciones a la gestión ordinaria de los temas públicos y a la toma de decisiones en temas de urgencia o de “utilidad general”. También limita la presentación de Leyes al Parlamento ni la aprobación de las leyes de Presupuestos.

Aunque mañana gobernase el PP con 170 diputados y presentara unos Presupuestos del Estado para 2017, tendría que ser aprobado por la mayoría absoluta de la Cámara y ya les puedo garantizar que eso no va a ocurrir por lo que volvemos al principio: la prórroga presupuestaria.

Esta supuesta irresponsabilidad de que los partidos no lleguen a un acuerdo para tener un gobierno nos lleva a la segunda afirmación que creo bastante falsa; La culpa de no tener gobierno es de los partidos.

Evidentemente algo tienen que ver pero el problema no son los partidos políticos sino el Sistema y su degeneración rumiada en los últimos 30 años. Esta perversión del sistema me gusta explicarla con una sola frase: La inexistencia real de la separación de Poderes convierte el ejercicio del poder en un juego de todo o nada. Como dicen los anglosajones “The winner takes it all”. Por eso ningún partido quiere apoyar a otro, porque le está dando el poder absoluto. Y participar en un gobierno de coalición es un escenario inédito en España al que probablemente los partidos más pequeños tengan gran temor por las prerrogativas y el poder que tiene el Presidente del Gobierno.

El problema de la representatividad de los cargos electos. Nosotros no votamos a un candidato a Presidente del Gobierno. Votamos a unos representantes en Cortes de nuestra provincia de residencia. Incluso ni siquiera votan representantes sino a una lista de un partido en la que probablemente desconozcan todos los nombres de los candidatos a diputado excepto el cabeza de lista. Por lo tanto, lo que votamos son trozos de poder para partidos, no representantes.

Muchas veces los cabezas de lista no tienen que ver nada con la provincia por la que se presentan pero están allí puestos por la alta probabilidad de salir elegidos. El papel del 80% de los diputados es votar ciegamente lo que su partido le diga que vote. El mayor mérito que tienen para estar en las listas es la fidelidad al Partido y más concretamente a su líder.

Esas personas desconocidas para casi todos son las que tienen que investir a un Presidente del Gobierno que elegirá un Ejecutivo y que ejercerá un poder cuasi absoluto. Apenas requerirá del Poder Legislativo ya que tiene la herramienta del Decreto Ley a su servicio, y un Poder Judicial tremendamente politizado dará el amén a cualquier decisión del gobierno.

Un primer paso para solucionar este nudo gordiano en el que se mezcla opacidad, falta de separación de poderes y mediocridad de la clase política que nos va a gobernar sería el cambio de modelo de elección. Al igual que en los países más democráticos de nuestro entorno, soy partidario de separar elecciones legislativas y presidenciales. Las elecciones presidenciales no dejan lugar a dudas sobre la voluntad de los votante sobre quién debe ser presidente. Luego tendrá que lidiar con el Parlamento para llevar a cabo sus proyectos.

Pero este cambio requiere de un acuerdo de la mayoría de partidos por no decir del infierno que representa la modificación de la Constitución. La CE pudo ser razonablente eficaz hace 35 años pero se ha quedado obsoleta y tiene un mecanismo de autodefensa que la hace inexpugnable.

Recapitulando tenemos:

  • Una sociedad dividida, radicalizada y anestesiada en cuanto a sus derechos, obligaciones y libertades.
  • Políticos mediocres incapaces de llegar a un acuerdo más allá de del corto plazo para alcanzar el poder.
  • Un sistema de elección bloqueado en la opacidad de los partidos y la imposibilidad práctica de cambiarlo.
  • Falta de separación de poderes y consecuente falta de los mecanismos de control del Poder que lleva a una peligrosa concentración del mismo.

Por lo tanto seguiremos siendo convocados a elecciones hasta que votemos las participaciones de poder adecuadas para que elijan déspota en el Parlamento. No importa cuánto tiempo necesite ni el déspota elegido porque será la “voluntad del pueblo”.

[:en]

Si nadie lo remedia, y tiene pinta de que nadie lo va a remediar, vamos a unas terceras elecciones y a más de un año con un gobierno en funciones. A estas alturas ya hemos escuchado casi de todo y todo tipo de lugares comunes llevados a la categoría de verdades indiscutibles.Quiera discutir algunas. La primera de ellas es que no formar gobierno es un problema para España y la democracia.

La realidad es tozuda. Llevamos cerca de un año sin gobierno y las cosas siguen funcionando más o menos igual que con un gobierno electo pero sin nuevas leyes que aplicar. Precisamente por ello hay una cautela constitucional que consiste en la prórroga de los los presupuestos y la existencia de un gobierno en funciones con capacidades algo más limitadas que de costumbre, pero que debe servir como “retén de guardia” mientras esté en formación el nuevo ejecutivo.

Las capacidades del gobierno en funciones están recogidas en el Art 21 de la  Ley de Gobierno 50/1997 (cuando todavía se miraba un poco más allá del cortísimo plazo para gobernar). Por resumir, esta ley capacita al gobierno en funciones a la gestión ordinaria de los temas públicos y a la toma de decisiones en temas de urgencia o de “utilidad general”. También explícitamente limita la presentación de Leyes al Parlamento ni la aprobación de las leyes de Presupuestos.

Por lo tanto, si el problema es la adopción de medidas para que Bruselas no nos multe, esas medidas pueden ser tomadas, como p.e. el establecimiento de un techo de gasto. Es una medida de urgencia y no contraviene la prohibición de elaborar presupuestos. Por otra parte, las propias Administraciones Públicas tienen mecanismos de limitación de gastos a todos los niveles aunque no tengan la voluntad política de usarlos.

Tengan en cuenta que aunque mañana gobernase el PP con 170 diputados y presentara un proyecto de Presupuestos del Estado para 2017 en tiempo y forma, tendría que ser aprobado por la mayoría absoluta de la Cámara y ya les puedo garantizar que eso no va a ocurrir por lo que volvemos a la casilla de partida: la prórroga presupuestaria. En fin, que con gobierno o sin gobierno vamos a seguir yendo todos los días a trabajar, pagar impuestos y en general seguimos con nuestras vidas sin mayor percance.

Así que esta supuesta irresponsabilidad de que los partidos no lleguen a un acuerdo para tener un gobierno nos lleva a la segunda afirmación que creo bastante falsa; La culpa de no tener gobierno es de los partidos.

Hombre, evidentemente algo tienen que ver pero el problema no son los partidos políticos sino el Sistema (con mayúscula) y su degeneración rumiada en los últimos 30 años. Esta perversión del sistema me gusta explicarla con una sola frase: La inexistencia real de la separación de Poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) convierte el ejercicio del poder en un juego de todo o nada. Como dicen los anglosajones “The winner takes it all”. El ganador se lo lleva todo. Por eso ningún partido quiere apoyar a otro, porque le está dando el poder absoluto. Y participar en un gobierno de coalición es un escenario inédito en España al que probablemente los partidos más pequeños tengan gran temor por las prerrogativas y el poder que tiene el Presidente del Gobierno.

La separación de poderes es la asignatura pendiente que tiene nuestro sistema levemente democrático. Y digo sin temor a equivocarme que un sistema en el que se acude a votaciones, no es un sistema necesariamente democrático. Ejemplos de esto sería las democracias orgánicas como la de Franco o las votaciones en Corea del Norte para elegir a su Gran Timonel. El problema radica en la representatividad de los cargos electos.

No se engañen, ustedes no votan a un candidato a Presidente del Gobierno. Ustedes votan a unos representantes en Cortes de su provincia de residencia. Yendo más lejos ni siquiera votan representantes sino a una lista de un partido en la que probablemente desconozcan todos los nombres de los candidatos a diputado excepto el cabeza de lista y alguno más como mucho. Por lo tanto, lo que votamos son trozos de poder para partidos y no representantes. Traten de contactar con algún diputado elegido en su provincia para tratar el tema que sea. Dudo de que lo encuentren siquiera. Es más, muchas veces los cabezas de lista no tienen que ver nada con la provincia por la que se presentan pero están allí puestos por la alta probabilidad de salir elegidos. El papel del 80% de los diputados es votar ciegamente lo que su partido le diga que vote. No tienen criterio propio, si dejan de votar algo con lo que no están de acuerdo son multados y el mayor mérito que tienen para estar en las listas es la fidelidad al Partido y más concretamente a su líder.

Un ejemplo de este curioso sistema es la elección del Presidente de la Generalitat Carles Puigdemont este mismo año. Nadie sabía quién era este lanudo ex alcalde hasta que le pusieron en el trono desde el nº 3 de la lista de su partido por Gerona. ¿Eso es representatividad? Puede ser, pero en tercera derivada.

Esas personas desconocidas para casi todos son las que tienen que investir a un Presidente del Gobierno que elegirá un Ejecutivo y que ejercerá un poder cuasi absoluto. Apenas requerirá del Poder Legislativo ya que tiene la herramienta del Decreto Ley a su servicio, y pos si queda duda, un Poder Judicial tremendamente politizado a todos lo niveles dará el amén a cualquier decisión del gobierno.

 Un primer paso para solucionar este nudo gordiano en el que se mezcla opacidad, falta de separación de poderes y mediocridad de la clase política que nos va a gobernar sería el cambio de modelo de elección. Al igual que en los países más democráticos de nuestro entorno, soy partidario de separar elecciones legislativas y presidenciales. Las elecciones presidenciales no dejan lugar a dudas sobre la voluntad de los votante sobre quién debe ser presidente. Luego tendrá que lidiar con el Parlamento para llevar a cabo sus proyectos, pero de entrada siempre hay un gobierno, que parece que es el problema que tanto preocupa a nuestros representantes (y a la prensa).

Pero este cambio requiere de un acuerdo de la mayoría de partidos por no decir del infierno que representa la modificación de la Constitución. La CE pudo ser razonablente eficaz hace 35 años pero se ha quedado obsoleta y tiene un mecanismo de autodefensa que la hace inexpugnable. Volvemos a la casilla de salida.

Recapitulando tenemos:

  • Una sociedad dividida, radicalizada y anestesiada en cuanto a sus derechos, obligaciones y libertades. Viviendo en la apariencia de democracia pero ignorante de las limitaciones del sistema.
  • Unos políticos mediocres incapaces de llegar a un acuerdo más allá de del corto plazo para alcanzar el poder. Recordemos la cita de W. Churchill “El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones”
  • Un sistema de elección bloqueado en la opacidad de los partidos y la imposibilidad práctica de cambio.
  • Falta de separación de poderes y la consecuente falta de los mecanismos de control del Poder que lleva a una peligrosa concentración del mismo.

Por lo tanto seguiremos siendo convocados a elecciones hasta que votemos las participaciones de poder adecuadas para que elijan déspota en el Parlamento. No importa cuanto tiempo necesite ni el déspota elegido porque será la “voluntad del pueblo”

Preparen sus papeletas.

Eduardo Molins

EDUARDO MOLINS

Madrid 1968) Economista y Máster en Asesoría Fiscal por la Universidad San Pablo CEU. Trabajando en gestión de Sistemas de Información desde hace más de 20 años.
Creo en el derecho a la búsqueda de la felicidad.

Archivado en:Artículos y opinión, Delegaciones, Madrid, Miembros Fundadores, Política, Política nacional

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