En los últimos cinco años, la economía venezolana se contrajo un 47%. Para captar la dimensión de esa caída, téngase en cuenta que en los cinco peores años de la crisis (2009 a 2013), el PIB español cayó 8,9%. Los venezolanos sufren una caída cinco veces más grave que la peor que sobrellevamos los españoles desde la Guerra Civil.
En Venezuela, la inflación se mide en millones por ciento. El desempleo afecta a más de un tercio de la población activa. Hay cartilla de racionamiento (el “carné de la patria”); escasean el agua, la electricidad y los medicamentos. A eso sumemos la criminalidad (miles de secuestros y unas 27.000 muertes violentas registradas en 2017; equivale a una ratio de 89 cada 100.000 habitantes, la más alta del mundo junto con la de El Salvador y casi cinco veces mayor que la que había antes del chavismo) y el éxodo de millones de personas. Eso provocaron quienes prometieron “igualdad”.
Por la velocidad y alcance del destrozo, los “logros” económicos del comunismo bolivariano son similares a los del nazismo. La diferencia es que los edificios en Venezuela permanecen en pie, mientras que en Alemania quedaron reducidos a escombros.
La prosperidad que alcanza cada país es directamente proporcional al grado de libertad económica que sus gobiernos dan a sus ciudadanos. Si la libertad es restringida al máximo, como en el caso del comunismo bolivariano, los resultados no pueden ser otros: la libertad se venga del ataque sufrido devolviendo miseria. Si el colapso venezolano ha sido tan veloz es porque el liberticidio también ha sido muy rápido.
Antes de la Segunda Guerra Mundial, en la ciudad de Colonia, Alemania, había unos 700.000 habitantes. Cuenta Konrad Adenauer en sus memorias que, al acabar la contienda, en dicha ciudad (de la que él había sido alcalde) solo quedaban 300 viviendas intactas. La gente deambulaba entre los escombros; no había alimentos suficientes ni prácticamente nada. En ese contexto, las zonas de ocupación norteamericana y británica liberalizaron en gran medida la economía. No fue el caso de la zona donde estaban las tropas francesas. Pese al dramático punto de partida, Adenauer observó que, en pocos meses, las zonas ocupadas por EE.UU. y Reino Unido comenzaron a dar síntomas de renacer económico. El final de la historia es conocido: la magistral gestión del dúo Adenauer-Erhard convirtió Alemania, en pocos años, en una potencia mundial.
Esa historia tiene un malentendido: el “milagro” alemán no tuvo nada de milagroso. Fue el resultado de la aplicación coherente de un plan de libertad económica. Algún escéptico agregará: “y del Plan Marshall”. No niego esa ayuda, pero los mejores resultados alemanes en comparación con otros países que también se beneficiaron del Plan se explican por la mayor libertad económica.
La buena noticia para Venezuela es que, tan pronto la tiranía de Maduro quede en la historia, puede apostar por la libertad económica para recuperarse. No contará con un Plan Marshall (el chavismo deja enormes deudas), pero podrá apoyarse en su petróleo y en una población que, tras conocer la tragedia del comunismo, abrazará la libertad con entusiasmo. ¿Por qué no un “milagro” venezolano?
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