En la primera parte no he entrado a considerar la inflación para hacerle los honores a nuestro tercer “amigo”: Eduardo Garzón. Garzón presumía hace poco en Twitter de haber “preguntado a la alta funcionaria de la Comisión Europea que por qué el BCE no crea dinero para hacer inversiones”.
En 1971 Richard Nixon declaró la inconvertibilidad del dólar en oro. Hasta ese momento, las monedas estaban encadenadas al patrón oro, de manera que los gobiernos no podían darle de manera indiscriminada a la máquina de fabricar billetes. Podía haber tanto papel moneda en circulación como oro hubiera en las reservas del país.
Con el sistema actual, los Estados emiten moneda sin control. Este exceso de oferta monetaria provoca inflación, burbujas de precios en unos activos u otros, expansión crediticia y es caldo de cultivo para crisis como la de 2007. No se debe confundir, no obstante, el dinero con el poder adquisitivo ni con la riqueza.
Así, cuanto más dinero se imprime, menor es el valor unitario del mismo. Esa caída del valor se confirma normalmente en el aumento del precio de las materias primas. Pero la gente cree que son más ricos cuanto más dinero tienen, sin pensar que en término de bienes tienen menos y pueden adquirir menos.
La riqueza real es lo que se produce y lo que se consume. Por ello es inútil crear dinero para invertir. Más bien al contrario, es claramente nocivo. La inflación no es otra cosa que un impuesto que permite al gobierno financiarse a costa de todos los ciudadanos. Y posiblemente el más injusto puesto que ataca a todos por igual, con independencia de su situación económica.
Cualquier aumento sustancial de la masa monetaria provocará una caída del poder adquisitivo de cada individuo medido en términos de unidad monetaria. Si el gobierno imprime moneda para pagar a la industria militar, los productos de ésta serán los primeros en sufrir aumentos de precios. Dinero adicional llegará primero a los propietarios de la industria y a sus empleados.
Esos ingresos superiores se gastarán en aquellos bienes y servicios que quieran o que necesiten. Los vendedores de esos bienes y servicios también subirán sus precios ante el aumento de la demanda. También los empresarios de este grupo aumentarán sus ingresos y así sucesivamente. Al final del proceso virtualmente todo el mundo tendrá un salario más alto en términos monetarios pero los precios de los bienes y servicios también habrán subido y la nación en conjunto no será más rica.
Pero no todo el mundo estará igual que antes. Los primeros en recibir la ola de dinero saldrán favorecidos. Recibieron su incremento salarial antes de que todos los precios hubieran subido. Por lo tanto estarán proporcionalmente mucho mejor que aquellos a los que los efectos de la impresión de moneda llegaron en último lugar. Estos habrán estado mucho más tiempo pagando precios más altos con salarios anteriores (más bajos). En otras palabras, los primeros mejoran económicamente a expensas de los últimos.
La inflación beneficia a corto plazo a un grupo en detrimento de otros y en el largo plazo es desastrosa para la nación en su conjunto, porque lleva al sobre-dimensionamiento de algunas industrias y la reducción forzada de otras. Esto implica mala aplicación del capital y pérdidas.
Además distorsiona la relación entre precios y costes. Crea un velo de ilusión sobre todo el proceso económico. Es un engaño a gran escala que solo puede ser desenmascarado pensando en términos de bienes reales y bienestar real. La inflación es el verdadero opio del pueblo.
Garzón intenta defender su argumentación con modelos económicos, y eso me da pie a una reflexión final:
Desconoce el valor de la escuela austríaca de economía. Ésta utiliza un enfoque metodológico apriorístico y deductivo basado en la praxeología, o estudio de la estructura lógica de la acción humana.
Porque economía es acción humana. Y por eso los modelos matemáticos y los métodos estadísticos son medios imperfectos, poco fiables e insuficientes para analizar los comportamientos económicos.
No sólo por la posible aparición de cisnes negros talebianos sino por la propia acción diaria de millones de agentes económicos.
Ya Mises en su libro El Socialismo, en 1922, demostró que el fracaso de todo intento de planificar la economía se debe a la carencia de cálculo económico.
Hayek posteriormente añadió que ningún planificador central puede obtener toda la información necesaria para la toma de decisiones que afecten a la economía de un país. Y aunque la tuviera, quedaría inmediatamente desactualizada, sería tan solo la foto de un instante concreto.
Los gobernantes deben evitar intervenir en la economía, y dedicarse a asegurar que todos cumplimos las reglas del juego. Deben ser árbitros y no jugadores. Pero no aspiro a que comprendan esto ni los krugman, ni los roubinis ni los garzones de este mundo.
FERNANDO SICILIA FELECHOSA
Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Oviedo en 1995. Diploma in Business Studies por la University of Bradford (Reino Unido) en 1994. Máster en Análisis Financiero por la Universidad Carlos III de Madrid en 1998. Diploma in Options, Futures & Other Financial Derivatives por la London School of Economics & Political Science en 1998. Senior Auditor Credit & Operational Risk en Banco Santander, División de Auditoría Interna (1999-2005). Desde abril 2005, Director Gerente de Clínica Sicilia. Máster en Dirección Económico – Financiera por CEF – UDIMA.
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