Los tres amigos
En 1986 tres genios de la comedia, Steve Martin, Chevy Chase, Martin Short, protagonizaron la película “Tres amigos”, un título menor que no habrá pasado a la memoria de los aficionados al séptimo arte.
Sin embargo, en los últimos días tres economistas, dos de ellos Premio Nobel, se han empeñado en hacer un remake del poco afortunado film.
Paul Krugman y Nouriel Roubini
Por un lado tenemos a Paul Krugman y Nouriel Roubini, dizque prestigiosos expertos, y gurús económicos de la izquierda.
Ambos se han destapado en los últimos tiempos con declaraciones en la misma línea: los atentados de París podrían ser buenos para la economía.
Paul Krugman
Paul Krugman cree que el aumento de gasto público por la ampliación del presupuesto de defensa provocaría un efecto positivo.
Parece que el primer ministro de Francia, Manuel Valls, le está dando la razón en la primera parte de la ecuación: inmediatamente tras los ataques ya anunció que no cumplirían el objetivo de déficit por el aumento del gasto en seguridad.
Nouriel Roubini
Por su parte, Nouriel Roubini cree que el impacto no será muy grande ya que el aumento del gasto no será significativo.
Pero espera que el BCE pueda ampliar su programa de estímulos de una forma sustancial para alimentar a una economía que está en vilo por el terrorismo (sic).
Estas medidas serían, en el mejor de los casos, cortoplacistas.
Y comenten el mismo error que suele estar detrás de todo mal análisis económico: preocuparse solo por los efectos inmediatos de una determinada medida y por su impacto en un grupo determinado, desdeñando ulteriores derivadas y su efecto en la economía en su conjunto.
Frédéric Bastiat
Hay que volver a Bastiat y su “Lo que vemos y lo que no vemos” y recordar la falacia de la ventana rota.
Frédéric Bastiat pone el ejemplo de un niño que rompe el cristal de un comercio.
Al principio, todo el mundo simpatiza con el comerciante, pero pronto empiezan a sugerir que el cristal roto beneficia al cristalero, que comprará pan con ese beneficio, beneficiando al panadero, etc.
Finalmente la gente llega a la conclusión de que el niño no es culpable de vandalismo, sino que ha hecho un favor a la sociedad, creando beneficio para toda la industria.
La falacia de este razonamiento, según Bastiat, consiste en que se consideran los beneficios del cristal roto, pero se ignoran los costes escondidos; el comerciante está obligado a comprar una ventana nueva, cuando quizás fuera a comprar pan beneficiando al panadero.
Al final, mirando el conjunto de la industria, se ha perdido el valor de un cristal, llegando Bastiat a la conclusión de que «la sociedad pierde el valor de los objetos inútilmente destruidos» y que «la destrucción no es beneficio».
Henry Hazlitt y las consecuencias de una guerra
También Henry Hazlitt en su ya citado libro “Economía en una lección”, deja claro que la guerra no crea riqueza.
Este no es sino el mismo sofisma de la ventana rota bajo otro disfraz.
Cuanto más grande es la guerra, más destruye.
Y por ello, las necesidades de la post-guerra son superiores.
Pero no debemos confundir necesidad con demanda, ya que ésta requiere de poder adquisitivo para ser efectiva.
Ciertamente, al igual que la ventana rota beneficiaba al cristalero, la guerra tendrá un impacto positivo en algunas industrias.
La destrucción de casas dará trabajo a los constructores.
La ausencia de fabricación de bienes de equipo, automóviles o electrodomésticos, creará un interesante mercado en la posguerra.
Desvío de productos
Pero no se trata de un deseable incremento total de la demanda sino de un desvío desde unos productos a otros.
Si se construyen más casas por necesidad, otras industrias tendrán menos mano de obra y menos capacidad productiva.
Si los ciudadanos compran casas, podrán adquirir menos de otro tipo de bienes y servicios.
La guerra tan sólo cambiará la dirección de la demanda y el balance y la estructura de la industria.
En conjunto no sólo no se producirá un incremento global de la demanda sino que, en la mayoría de los casos, ésta se verá reducida.
Reducción de la oferta
Y esto será así porque la oferta se reducirá, y oferta y demanda son las dos caras de la misma moneda.
Lo que uno tiene para ofrecer es equivalente a lo que puede demandar de otro bien o servicio.
Así, la oferta de un productor de trigo es lo que posee para demandar, por ejemplo, automóviles u otros bienes.
Esto no es otra cosa que la Ley de Say, erróneamente interpretada como “la oferta crea demanda”.
Lo que sucede en realidad es que no se puede demandar si no se oferta antes.
Para salir a comprar al mercado, usted necesita recursos económicos.
Recursos que no obtendrá si no ofrece antes sus servicios como trabajador.
Conclusiones
En definitiva, es evidente que la destrucción nunca puede ser buena para la economía, ya que a la par que acaba con la capacidad productiva también se barre la capacidad de compra.
FERNANDO SICILIA FELECHOSA
Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Oviedo en 1995. Diploma in Business Studies por la University of Bradford (Reino Unido) en 1994. Máster en Análisis Financiero por la Universidad Carlos III de Madrid en 1998. Diploma in Options, Futures & Other Financial Derivatives por la London School of Economics & Political Science en 1998. Senior Auditor Credit & Operational Risk en Banco Santander, División de Auditoría Interna (1999-2005). Desde abril 2005, Director Gerente de Clínica Sicilia. Máster en Dirección Económico – Financiera por CEF – UDIMA.
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