La causa de la ecología parece exenta de toda polémica: nadie está contra el cielo azul ni contra los simpáticos e inteligentes delfines. Sin embargo, se trata de una ideología que ha tomado como rehén a la opinión pública. Su legajo es más bien vacío, los hechos invocados no están comprobados o no son reales, sus argumentos llegan a ser irrisorios y las soluciones pregonadas no tienen sentido. La ecología prospera sobre un fondo de ignorancia, de demagogia, de ingenuidad y se basa en explotar el pánico, la alarma y la confusión.
Vamos por partes. El planeta Tierra tiene más de 4 mil millones de años. Durante ese período tan largo, la naturaleza creó fuerzas dañinas y destructivas que constantemente lo han estado agrediendo. El hombre ha estado aquí por no más de 200.000 años y aunque quisiera, aunque empleara todos sus recursos con el fin de destruir la Tierra, no podría hacerlo. El hombre no puede, ni remotamente cerca, crear fuerzas tan poderosas como las naturales. La sola noción de que puede hacerlo es ridícula.
James Lovelock, el científico inglés famoso por la Hipótesis Gaia, que postula que la biósfera terrestre es una entidad auto-regulante con la capacidad de mantener el planeta salubre equilibrando sus condiciones físico-químicas, afirma que el llamado «efecto invernadero» no se debe a los gases de los automóviles y las fábricas sino al metano producido por los rebaños de vacas y los arrozales. Pero los ecologistas no proponen suprimir el arroz ni las vacas; sólo odian las industrias.
Cuando los astrofísicos descubrieron agujeros en la capa de ozono, los ecologistas pusieron el grito en el cielo. ¡Los industriales son los culpables! ¡Sus gases destruyen el ozono! Pero esos agujeros, ¿existían antes? ¿Se abrían agujeros en la capa de ozono en la época de Cristóbal Colón?
El volcán Pinatubo en las Filipinas esparce en una sola erupción más de mil veces la cantidad total de gas clorofluorocarbono (CFC) producido por la industria en toda la historia humana. Los volcanes han estado haciendo esto por 4 mil millones de años y la capa de ozono todavía existe, y el planeta existe, y nosotros existimos. Esto expone la falacia fundamental en que se apoya la ecología: que la Tierra es frágil. El hombre puede venir, como si tal cosa, y cambiarlo todo para peor. Después de miles de millones de años, las últimas dos o tres generaciones de existencia humana van a destruir el planeta.
La respuesta de los ecologistas al argumento previo es la siguiente. «Eso hace aún más imperativo que reduzcamos drásticamente las emisiones de CFC.» Pero lo que realmente quieren combatir es el sistema de vida de Occidente. La consigna es sentirnos culpables: manejamos automóviles, usamos combustibles fósiles, tenemos industrias contaminantes, lo destruimos todo. Hasta vamos a los McDonald’s. Para obtener esas hamburguesas, para satisfacer la voracidad de las clases medias consumidoras, vacas fueron sacrificadas.
El ser humano es la especie dominante de la Tierra, pero desde este punto de vista se lo presenta, simplemente, como un enemigo de la naturaleza que constantemente la está agrediendo. Nuestra presencia en el planeta Tierra tiene más de negativo que de positivo. Si la especie dominante fueran los delfines, todo estaría muy bien para el planeta. ¿Es esa la doctrina que verdaderamente esgrimen los ecologistas? Todo parece indicar que sí, excepto por lo siguiente: con el colapso del comunismo en todo el mundo, la ecología se ha vuelto el último bastión del pensamiento económico socialista. La ecología es una espléndida herramienta para impulsar políticas estatistas e intervencionistas que de lo contrario, no convencerían a nadie. ¿Qué mejor manera de controlar la propiedad privada que someterla a una maraña de regulaciones ecológicas? ¿Qué mejor excusa tendría el estado para intervenir en la economía y en la industria que sujetarlas a este tipo de regulaciones?
La Tierra es una asombrosa creación concebida para durar miles de millones de años como lo ha hecho hasta ahora, y como lo seguirá haciendo por miles de millones de años más. Nadie niega que haya problemas ecológicos. Los hay, pero no están generalmente donde los sitúan los ecologistas y mucho menos son viables sus «soluciones.» No se salvarán las selvas y los bosques por el retorno a una agricultura arcaica. Al contrario, sólo la introducción masiva de técnicas agrícolas modernas representará una solución. Del mismo modo, la contaminación ambiental amenaza mucho más a la sociedades pobres. La contaminación ambiental en París es menor que en Bombay y las verdaderas soluciones a estos problemas pasan por un llamado al progreso técnico, no por el retorno a una supuesta edad de oro en que los automóviles no existían, las comunicaciones se realizaban por palomas mensajeras, el promedio de vida era treinta años menos que el actual y la gente se moría de tuberculosis a los 39 años, como el célebre Chopin.
Génesis 1:28 dice, «Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra y sojuzgadla, y señoread en ella.» No nos dejemos convencer por la histeria y la paranoia que, en esencia, predican exactamente lo contrario. Somos la especie dominante de la Tierra y hemos de emplearla para que nuestra vida sea mejor.
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