En una semana, solo en una, he leído que no habrá azafatas en la Fórmula1, que Podemos quiere prohibir la caza y la pesca y alguno de los suyos sugiere someter la semana santa a referéndum, que otros han propuesto retirar los disfraces de enfermera y que el PSOE quiere meter en la cárcel a quien discrepe de su “Memoria Histórica”.
Yo no cazo ni pesco, ni fantaseo con enfermeras ni soy franquista; y de las carreras, eso sí, lo único que me gustaban eran las azafatas. ¡Podrían haberse metido con los coches, que hacen ruido y contaminan, en vez de quitarnos a las mejores curvas del circuito! De todos modos, como escasamente las veía en el corte del telediario, pienso que todo ello no va conmigo y no me tengo que preocupar… ¿O sí?
Una nueva ola de prohibiciones nos invade. Responsables públicos y privados, unos a la caza del voto y otros de la subvención, acatan el relato que, via tuiter o televisado, dictan los influencers políticamente correctos de hoy que, cual chivatos del régimen de ayer, pueden acusarle de machista, neoliberal, misicas o queseyó y quedar denostado para siempre en el fuego eterno de google.
Entiendo que el Estado proteja la vida y la seguridad de las personas así como la pacífica y respetuosa convivencia; y que incluso, en un ejercicio de paternalismo libertario (como nos enseñan Sunstain y el último nobel de economía R. Thaler en su bestseller sobre los “Nudges”), nuestros gobernantes puedan recomendar o incentivar, sin necesidad de obligar o prohibir, conductas socialmente deseables.
Pero iniciado el camino del imperar y del prohibir, el baranda de turno olvida el principio de mínima intervención y sutilmente, en aras a nobles principios, dirige nuestras vidas, más aun en sociedades anestesiadas que no perciben cómo los gobiernos, directa o indirectamente, se meten en su vida.
Algunos ya quitaron los belenes de los colegio y otros quieren prohibir el velo. Tampoco dejan en algún que otro sitio rotular en la lengua que le venga en gana y siempre hay un iluminado que propone retirar el cerdo de los comedores escolares o ponerle un impuesto al beicon.
Los nunca saciados intervencionistas quieren ahora construir una moral única, la suya claro. Para ello, sus ingenieros sociales, desde actores de cine o guionistas de televisión hasta tertulianos o profesores, establecen dogmas para convencer de su laicismo, igualitarismo, feminizismo, y otros ismos y construir una visión uniforme de cuestiones éticas que son pluriformes. Un ejemplo para que me entiendan: VD solo será feminista si está a favor de las cuotas.
Y mientras tanto, para que no nos demos cuenta, pan y circo, que eso sigue funcionando. No nos preocupemos… ¿O sí?
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