Un profesor y su alumno dialogan contemplando el cuidado cesped de la universidad de Eton. Es 1920, y ambos ignoran que años después de dejar ese prestigioso colegio inglés describirán sus visiones del futuro. Aldous Huxley, el profesor, publicará Brave New World (Un mundo feliz) en 1932. El otro joven es Eric Blair, más conocido por su seudónimo George Orwell, que en 1949 conmoverá al mundo con su obra más importante: «1984.»
Orwell nos anticipa los peligros de una sociedad totalitaria en la que el estado concentra cada vez más poder. Para simbolizar la opresión, postula un Gran Hermano, metáfora de Stalin, que controla todos los aspectos de la vida de los hombres llegando a intervenir hasta en las esferas íntimas de los sentimientos.
Orwell escribió esta novela en un momento en que la Unión Soviética rivalizaba palmo a palmo con los Estados Unidos y no era nada aventurado pensar que el comunismo acabaría por imponerse en el mundo entero. La obra de marras es una pieza clave de la literatura universal para describir las consecuencias de un control férreo y absoluto por parte del poder.
Huxley aborda la cuestión desde un punto de vista diferente: el vaciamiento de contenidos. En su profecía, el hombre vive rodeado de lujos e inmerso en el placer, pero vacío culturalmente y desbastado espiritualmente. Mientras Orwell alerta sobre quienes nos privarán de información, prohibirán libros o nos ocultarán la verdad, Huxley sugiere que no será necesario prohibir libros porque a nadie le interesará leerlos ni ocultar la verdad porque nadie intentará siquiera encontrarla.
La profecía de Orwell no se ha cumplido. Los regímenes totalitarios del mundo cayeron uno tras otro. Lo que no podemos permitir ahora es que se cumpla la profecía de Huxley.
No podemos permitir que no haya voces críticas. No podemos permitir que no se genere conciencia. No podemos permitir que no haya análisis, discernimiento, juicio o pensamiento crítico. No podemos permitir que los medios de comunicación sigan envileciendo la cultura y degradando el espacio audiovisual. No podemos permitir que el diálogo público no supere el grado más superficial. No podemos permitir que la política se convierta en un simple pasatiempo. No podemos permitir que las instituciones caigan en un descrédito cada vez más grande porque la política, de hecho, se ha convertido en un simple pasatiempo. No podemos permitir, en suma, este vaciamiento de contenidos que pareciera ser el signo distintivo de la época actual.
Es manifiesto el deterioro de la educación en los tiempos actuales. Es manifiesto el vocabulario cada vez más limitado que los jóvenes, en especial los adolescentes, emplean, con lo que se logra limitar el radio de acción de la mente y, así, hacer a las masas más vulnerables a la manipulación. El vaciamiento de contenidos devasta al ser humano porque le impide crecer, le impide enriquecerse. Nadie puede crecer en base a contenidos cero. Los contenidos nos enriquecen interiormente.
H. G. Wells decía que la historia humana es una carrera entre la educación y el desastre. Un hombre sin educación es más vulnerable a la manipulación porque al carecer del mundo interior que ella construye, pierde autonomía.
Lamentablemente, todo parece indicar que el mundo feliz está aquí. Estamos asistiendo a una nueva dictadura, la del vaciamiento interno. Es una nueva forma de perder la libertad, un estalinismo que va por dentro; una prisión invisible, menos evidente, más moderna y sutil, pero no por eso menos terrible. Saldremos con bien de ella cuando decidamos enriquecernos, ahora por dentro.
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