Todo el mundo conoce el refrán que dice que “piensa el ladrón que todos son de su misma condición”. Lo que poca gente sabe es que esa máxima popular funciona también a la inversa. Es decir, que las buenas personas piensan que, quien se inclina por hacer el mal o por odiar al prójimo, ha debido sufrir una afrenta lo suficientemente grande como para ser obligado a tomar una decisión tan drástica, y por lo tanto, es más culpable el que hace la afrenta que el propio perjudicado. Esa forma de pensar es típica de quien se ha criado es un país libre, donde los derechos individuales tienen algún significado.
No pienso responsabilizar de este error de pensamiento a todos los que hoy alzan la voz en contra de occidente ⎯el mismo occidente que les permite criticar a sus propios países dentro de la libertad que les garantiza⎯, pues creo que ese argumento es demasiado fácil de rebatir. Lo que pretendo es sacar de su error a todo aquel que piensa que estamos ante una panda de analfabetos que han tomado una religión al azar ⎯el Islam⎯como excusa para cometer actos terroristas, agresiones sexuales contra mujeres occidentales, o delitos contra el patrimonio.
En los últimos días, en todos los programas de televisión se multiplican las declaraciones de personas que tratan de separar religión, inmigración y violencia. Dicen que el Corán habla de amor, de solidaridad y de justicia. Y también dicen que quien lo utiliza para transmitir su odio es porque ha hecho una interpretación radical de sus versos.
Se equivocan. Los que defienden eso solo han tomado prestado el argumento de otros que tratan de ajustarse a lo políticamente correcto, pero que en realidad no saben de lo que están hablando.
Algunos de los jóvenes que han protagonizado actos terroristas o que son activos delincuentes, viven en los barrios más deprimidos y con los índices de paro más altos de las principales capitales europeas. Los radicales que últimamente han salido de debajo de las piedras utilizan también este argumento para seguir culpando a occidente del extremismo de esas personas. Que si no ven otra salida, que si no los hemos integrado en la sociedad, que si bla, bla, bla. Cualquier cosa para exculpar a la religión medieval que nos empeñamos en tolerar a toda costa. Imagino que en esos barrios deprimidos también habrá cristianos marginados, judíos marginados, e incluso budistas marginados.
¿Y por qué ellos no agarran un Kalashnikov y la emprenden a tiros con todo el mundo?
¿O por qué no utilizan la delincuencia como principal modo de vida? Después de todo, si esa es la única salida, supongo que será la misma única salida para todos.
La respuesta está allí donde no queremos verla. Leer muchos libros es algo bueno, pero leer un solo libro es muy malo. El Corán contiene la palabra de Alá, transmitida directamente a Mahoma. Pues bien, uno de los preceptos principales del Corán es que, al contener la palabra exacta de Dios, no puede ser interpretado. Es decir, que si asegura que si te dejas la vida luchando contra el infiel vas a ir al paraíso y que allí estarás rodeado por las vírgenes que te corresponden, pues es porque es así.
De todos modos, para no caer en la misma frivolidad de quienes siguen culpando a occidente de todos los males del pueblo musulmán, voy a ser un poco más concreto:
El Corán contiene al menos 109 versos que llaman a los musulmanes a luchar contra los infieles ⎯todos los que no sean musulmanes⎯. En algunos de ellos se dice, literalmente, cosas como “Matadles donde deis con ellos, y expulsadles de donde os hayan expulsado. (…). Combatid contra ellos hasta que dejen de induciros a apostatar y se rinda culto a Alá. Si cesan, no haya más hostilidades que contra los impíos”. Y otras como “Creyentes, no toméis como amigos a los judíos y los cristianos. Son amigos unos de otros. Quien de vosotros trabe amistad con ellos, se hace uno de ellos”.
El libro sagrado musulmán está lleno de lindezas como estas, y otras más que atentan directamente contra los pilares básicos de cualquier sociedad avanzada. Por ejemplo, en la sura número cuatro se explica que hay que golpear a las mujeres tan solo por la sospecha de que no se comportan bien. Las instrucciones sobre cómo hacerlo son un desarrollo posterior. Y todo esto, recuerden, lo dice un libro que no puede ser interpretado.
¿De verdad queremos esto dentro de nuestras fronteras? Antes de responder, deberíamos tener clara una cosa. Los musulmanes que malinterpretan el Corán no son los que se ponen un cinturón de explosivos o los que violan a una mujer occidental porque la consideran prácticamente como una prostituta. Al contrario, las buenas personas criadas en el seno del Islam ⎯que las hay, y muchas⎯, deben ignorar una parte de su religión para poder vivir en paz y de manera civilizada. ¿O es que alguien piensa que los imanes radicales leen en sus mezquitas un libro diferente al Corán?
Pues bien, sigamos haciendo la vista gorda. Y mientras tanto, dejemos que traten a las mujeres como simples objetos sexuales, sigamos sufriendo violencia y robos en nuestras calles, sigamos financiando mezquitas y quitemos los crucifijos de los colegios, no vaya a ser que se sientan discriminados y, por lo tanto, obligados a hacer la yihad.
Criminólogo (experto universitario en criminalidad y seguridad pública). Perito judicial en el uso de la fuerza y escritor.
He publicado unos 10 relatos cortos en diferentes editoriales, un libro de relatos y una novela: «Asesinos. Crímenes que estremecieron España”.
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