El partido de Pablo Iglesias es un fenómeno curioso. No solo por el fulgurante éxito que parece estar obteniendo sino, especialmente, por el desparpajo con que maneja consignas cambiantes, enredo de reivindicaciones y enojo, mucho enojo.
Asusta a muchos y con razón hay que estar preocupados porque un modo tan turbulento de hacer política protagonice la actualidad. Hay que estarlo todavía más por el sinnúmero de malas decisiones que llegarán a tomar si llegan al poder. No me centro en desmontar este último aspecto sino en darme un paseo por las entrañas de su discurso para dejar patente que no se trata meramente de que no tengan un programa definido y fundamentado sino de que encuentran su fortaleza en su carencia de él.
Si uno se toma la molestia de leerse su libro de cabecera, La razón populista de Ernesto Laclau, podrá comprobar hasta qué punto se justifican y confirman lo que para los que contemplamos el fenómeno son incoherencias y que para los protagonistas de ese movimiento es pura virtud.
Laclau y Podemos se instalan en una tradición discursiva que se centra única y exclusivamente en la toma del poder, no en qué hacer con él más allá de organizar la permanencia ilimitada. Esto nos remite a la crítica clásica que los liberales hemos hecho siempre de que la voluntad de poder es lo único que mueve a la izquierda y que, dicho sea de paso, la emparenta con la extrema derecha.
De Lenin observan su amoralidad en el método de conquista del poder. En una reflexión tomada de Gramsci confirman que las lecciones de Lenin no se adaptan bien a sociedades complejas donde las clases sociales y sus modos de pensar no sufren un proceso de simplificación, sino, por el contrario, de complejidad creciente. No obstante alaban en Lenin su genial capacidad de adaptación y de renuncia a unos objetivos para salvar el principal: el poder. Así elogian el pacto de Brest-Litovsk que firmó con Alemania aunque ocultan algo más, por vergonzante, el pacto Ribbentrop-Molotov que Stalin firmó posteriormente con Hitler.
De Gramsci toman los de Pablo Iglesias bastantes más fórmulas. Gramsci habla de conquistar la hegemonía cultural, que es algo más que ganar las elecciones o ir por delante en las encuestas. Significa dominar el discurso, lo que implica controlar las escuelas y los medios de comunicación.
De Ernesto Laclau asumen el resto, casi todo lo demás. Laclau habla abiertamente de populismo y lo define como la propuesta política donde una parte asume el liderazgo del todo. Es el populismo así definido una forma política que puede contener tanto un programa de izquierdas como de derechas. Sigue con la idea de que esa parte, que lidera al conjunto, ha de alcanzar la hegemonía gramsciana rellenando de un significado nuevo esos grandes vocablos que son admitidos por todos y que presentan gran vaguedad, los significantes flotantes: democracia, pueblo, indignación, casta.
Democracia, por ejemplo, pasa de ser un sistema de elección y sustitución de gobernantes a amalgama donde las reivindicaciones del pueblo son aglutinadas. Por ello es, para Podemos, más demócrata presentar una lista de agraviados sociales que una concurrencia electoral.
Y, lo que es más importante. El populismo de Laclau e Iglesias conlleva que una parte de la sociedad debe ser excluida y perseguida. La democracia en España sería aquel gobierno que asumiera las reivindicaciones de variopintos damnificados por la crisis y recluyera mediante censura y castigo a la casta y a sus medios de comunicación. Es lo que, desde sus gobiernos, llevan a cabo Chávez/Maduro y Morales, y lo que, es de esperar, pretenderán aquí.
No solo admiten que esta lista de reivindicaciones y protagonistas es una amalgama contradictoria, sino que juegan con el aspecto sucio (tal cual lo expresa Errejón) de todo ello. Y es justamente esa suciedad, desorden y batiburrillo lo que Podemos presenta como popular, frente al elitismo depredador de una casta investida de tecnocracia. No debemos temer cabalgar contradicciones ha dicho más de una vez Pablo Iglesias a los suyos en referencia a sus vínculos con Irán o a los cambios de imagen que alteran una y otra vez su programa.
Estamos ante un movimiento que si bien pretende reeditar fórmulas económicas y políticas ya periclitadas cuando lleguen al poder, no lo harán porque las consideren mejores sino porque sencillamente desprecian que la economía sea lo que es, una ciencia blanda, pero ciencia, con sus certezas y leyes, para pasar al terreno del voluntarismo puro. Una vez más la voluntad es lo que une a los colectivistas de ambos extremos.
No reconocen ya ninguna utopía marxista, solo la de ir creando un gobierno popular donde las decisiones estén guiadas por cómo mantener la coalición en el poder aunque sea a base de cambiar de aliados y cómo reprimir a la casta incluyendo en esta categoría todo lo que se les oponga.

JOAQUÍN SANTIAGO
Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). En octubre de 2002 funda la bitácora digital «Asturias Liberal» y en 2005, «España Liberal».
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