Hace unos días pude ver una publicación de Facebook en la que un amigo aparecía en una fotografía discutiendo (en tono jocoso) con el ex presidente balear, José Ramón Bauzá y en la que en su pie de foto rezaba: “Estoy intentando convencer a mi amigo de que el humanismo cristiano es mejor que el liberalismo”.
En ese momento me cuestioné, por qué personas preparadas tienden a permanecer en “compartimentos estanco” de doctrinas cuyas barreras ya fueron derribadas hace mucho tiempo.
Allá por el Siglo de Oro surgió la “Escuela de Salamanca”, liderada por Francisco de Vitoria. Esta escuela se preguntaba, precisamente en el momento de la historia en la que más se internacionalizaban las relaciones mercantiles, si la explosión del comercio y por ende la riqueza personal, estaba reñida con la riqueza espiritual. Por decirlo de otro modo, si hacerse rico ofende a Dios. Llegaron a la conclusión de que no es así, como no podía ser de otro modo, aunque se encontraron con fuertes corrientes clericales que se opusieron radicalmente, ya que éstos últimos consideraban que el voto de pobreza era extensible a todos los católicos. Tener dinero y propiedades te hacía carecer de humildad y compasión por los desfavorecidos y eso te alejaba de Dios.
Sin embargo los católicos, en consonancia con Francisco de Vitoria, debemos observar los dos principios en los que se sustenta el humanismo cristiano, que son la libertad individual y la dignidad del ser humano, y debemos plantearnos qué corrientes sociales, económicas y políticas, no sólo respetan estos dos principios, sino que los potencian.
Para ello necesitamos examinar los principios liberales y preguntarnos de qué modo afectan a los dos anteriores. Me voy a centrar en cinco valores inherentes al liberalismo: igualdad, meritocracia, respeto de la propiedad privada, responsabilidad y ley.
La igualdad de los seres humanos no es que en sí dignifique, pero sí nos pone a todos en un mismo punto de partida y nos ofrece las herramientas básicas para ser personas con oportunidades. Aprovechar las oportunidades es una decisión personal que, por supuesto, nos hace dignos.
La meritocracia, ¿Qué puede dignificar más al ser humano que el esfuerzo, constancia y sacrificio para la consecución de aquellos objetivos que nos planteamos en la vida?. Nada dignifica más que ver cómo la consecuencia de tu trabajo sirve para mejorar tu vida y la de los demás. Éste no tendría sentido sin el respeto a la propiedad privada, el más sagrado reconocimiento a la libertad individual.
Sin embargo, nuestras acciones cotidianas deben regirse por el principio de responsabilidad. Éste lo debemos asemejar a otros valores del humanismo cristiano tales como la honradez, la honestidad y el respeto, que nos hacen libres sin interferir en la libertad de los demás.
La responsabilidad debe ir ligada a la ley, muy necesaria para evitar que no se menoscabe la libertad individual de nadie respetando las normas y asegurando el Estado de Derecho.
La moral es un arma que nos arrojan los antiliberales intentando despojarnos de conciencia social. Sin embargo, el liberalismo no sólo es moral, sino que es justicia. Debemos dejar de demonizar el liberalismo y enarbolar la bandera de los valores con los que nos identificamos y expresarlo abiertamente en las conversaciones diarias que mantenemos con otras personas. Nadie en su sano juicio, y mucho menos los católicos podrán nunca reprocharnos nada, ya que en su fuero interno sentirán nuestros valores como propios.
Es la socialdemocracia la que lleva a la relajación de la sociedad, al conformismo, a tejer una red ficticia que crea una también ficticia seguridad de que no importa lo que hagamos porque el Estado nunca nos dejará caer. Alimenta la falsa idea de la solidaridad, cuando en realidad es un aprovechamiento injusto del sacrificio de unos cuantos para convertirlo en benficio de muchos, lo que lleva al hartazgo de los primeros y a la comodidad de los segundos. ¿Qué hay más injusto que ésto?, y ¿Qué puede haber más opuesto al humanismo cristiano que la injusticia?.
Los que se consideran humanistas deberían de rechazar las consecuencias de la socialdemocracia y abrazar al liberalismo. Compatibilizar ambas doctrinas significa entender el humanismo cristiano como una filosofía que defiende la plena realización del hombre y de lo humano dentro de un marco de principios cristianos; y entender el liberalismo como la mejor forma de alcanzar el desarrollo económico y la eficiencia mediante un mercado libre, justo y responsable con una mínima intervención del Estado.
Licenciado en Derecho y Máster en Comercio Exterior por
la Universidad de Salamanca. Actualmente ejerciendo como abogado
financiero.
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