Hace ya algunos años que venimos siendo testigos de una excesiva politización del lenguaje, en un intento de algunos partidos políticos por hacer más visibles — o, en este caso, audibles — sus propuestas de cambio y regeneración. Lo peor de todo es que ninguno de los que se atreven a modificar a su antojo el segundo idioma más hablado del mundo es académico de la lengua, escritor, filólogo o un simple amante de la literatura.
Sobre este asunto, la RAE dice textualmente: “Los desdoblamientos son artificiosos e innecesarios desde el punto de vista lingüístico. En los sustantivos que designan seres animados existe la posibilidad del uso genérico del masculino para designar la clase, es decir, a todos los individuos de la especie, sin distinción de sexos. La mención explícita del femenino solo se justifica cuando la oposición de sexos es relevante en el contexto. La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje y se funda en razones extralingüísticas. Por tanto, deben evitarse estas repeticiones, que generan dificultades sintácticas y de concordancia, y complican innecesariamente la redacción y lectura de los textos”.
Sin embargo, los partidos de izquierda no solo han ignorado estas recomendaciones, sino que se han atrevido a modificar unas reglas gramaticales que llevan vigentes desde hace cientos de años. En febrero del año pasado, el sindicato Comisiones Obreras publicó un manifiesto en el que una educadora y una profesora desgranaban un decálogo para “acabar con la explotación sexista y la opresión en la escuelas”. Para ello establecían una serie de ideas para crear esas maravillosas escuelas feministas. Entre otras cosas, defendían la creación de baños mixtos, la censura de libros de autores que consideran machistas, prohibir el fútbol y sustituirlo por el baile, y, centrándonos en el ámbito lingüístico, aconsejaban emplear un lenguaje no machista, usando el femenino para referirse a chicos y chicas en plural, o el género neutro, sustituyendo en la sílaba final la letra “o” por la “e”. Voy a poner un ejemplo de esto último, porque la estupidez es tan grande que es posible que ni siquiera se entienda: para referirse a niños y niñas en plural, se utilizaría “niñes”.
Lo curioso de todo esto es que ellos mismos rechazan sus propias reglas cuando les viene en gana. Por ejemplo, para nombrar a una presidente, a una alcalde o a una juez —palabras que no tienen género, cosa que ellos mismos admiten, ya que la vocal de la última sílaba es la “e”, y por lo tanto consideran que tienen género neutro—, la convierten en presidenta, alcaldesa o jueza. E incluso han transformado al femenino palabras que, si tuvieran género… ¡sería femenino! Tal es el caso del sustantivo “concejala”. Por otra parte, si quisieran ser coherentes en su defensa de la igualdad, llevarían esta absurda regla hasta sus últimas consecuencias en el caso de que tuvieran que defender el desdoblamiento al masculino de palabras que solo se utilizan en femenino. ¿Pero qué es la coherencia? Tenemos tigresas, hipopótamas y miembras del
gobierno, pero me atrevo a decir que nunca tendremos tortugos, hienos ni jirafos, del mismo modo que tampoco habrá nunca policías, taxistos o dentistos.
En fin, creo que ya va siendo hora de que todos y todas los ciudadanos y ciudadanas de este país, pensemos en si queremos que nuestros hijos y nuestras hijas aprendan en la escuela y el escuelo a leer, hablar y escribir como es debido y debida, o si, por el contrario y la contraria, queremos que usen el lenguaje y la lenguaja como los miembros y las miembras de los partidos y las partidas políticas, que nada saben sobre el correcto y correcta uso de nuestro idioma e idiomo, y que solo se han dejado arrastrar por su ineficacia a la hora de establecer una verdadera igualdad entre géneros y géneras.
Señoras y señores políticas y políticos, el/la igualdad no es eso. El/La igualdad es que todos y todas tengamos las mismas oportunidades; igualdad es que niños y niñas, jóvenes y jóvenas, y hombres y mujeres tengamos las mismas obligaciones; que taxistas y taxistos, dentistas y dentistos, y policías y policíos tengan los mismos derechas y derechos; que todos los poderes y poderas públicos y públicas se impliquen en la lucha y el lucho contra las injusticias e injusticios que pudieran darse en casos de verdadera desigualdad, y no a fabricar juegos de palabras y palabros.
¿De verdad queremos hablar así? Por favor, dejemos ya de insultar a las mujeres. Ellas se merecen una igualdad real y efectiva, y no ser sobreprotegidas por el Estado como si fueran seres inferiores; o ser sobornadas con una aberración lingüística que hace las veces de paño caliente.
Lo que debemos hacer es darles las oportunidades necesarias, y dejar que sean lo que ellas quieran ser.
Criminólogo (experto universitario en criminalidad y seguridad pública). Perito judicial en el uso de la fuerza y escritor.
He publicado unos 10 relatos cortos en diferentes editoriales, un libro de relatos y una novela: «Asesinos. Crímenes que estremecieron España”.
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