Uno de los debates recurrentes para los liberales gira en torno al agua y a su aprovechamiento. Una gran mayoría en Aragón se opone por muy diversas razones a los trasvases, y para gran parte de la opinión pública española, telúricamente colectivista, eso se convierte en una muestra de “insolidaridad” y “egoismo”, y de estar sentado encima del botijo rebosante al mar.
No voy a entrar en el debate del trasvase e iré directamente a la perplejidad de mis interlocutores, algunos liberales bragados, cuando respondo que la solución al problema es la creación de un Mercado del Agua. Y es curioso, incluso a libertarios aparentemente recalcitrantes les suena la alarma cuando el debate se dirige al comercio de bienes vitales como el aire o el agua (¡o el sexo!). Una apasionante discusión para una tarde de birrita liberal.
Para explicar mi propuesta de mercado del agua, lo más sencillo es empezar por el lado de la demanda. Todos nosotros tenemos un contador de agua en casa, y en mayor o menor medida pagamos por ella, aunque en realidad, para evitar la “tacha moral” que sugiere el filósofo Jason Brennan cuando se mercantilizan determinados bienes o servicios, este coste venga apuntado como infraestructura de la red o depuración de residuales y no directamente referido al volumen. Pongamos que quitamos ese freno dialéctico al consumo por volumen, diferenciemos la red del bien, como pasa en otros sectores de suministros, establezcamos un mínimo exento por mor de una no escrita pero vigente Servidumbre de Aguas (el que sea pastor no será ajeno al concepto) para determinada cantidad por persona y día, y ya tenemos establecido un “lado” del mercado.
El problema está cuando se intenta identificar la contraparte. ¿Quienes deberían ser los legítimos perceptores de los beneficios? Es evidente que en muchos casos esta se realiza por parte de ayuntamientos o canales, pero a estas alturas de la hipótesis, nos daremos cuenta de que, en realidad, son sólo intermediarios. ¿quién “produce” el agua? ¿quién la “vende”?
Pues si se razona honestamente, es evidente que los propietarios del suelo sobre el que llueve el agua deberían ser, legítimamente, los perceptores de las rentas de la venta de ese bien. Eso implica que, salvo trasvases (merece otro artículo), los mercados están circunscritos a las cuencas hidrológicas. ¿El reparto? Tan sencillo como superponer un mapa pluviométrico a otro catastral, y auditar el subsuelo. Y si estudiamos con un poco con cuidado los mapas políticos que se han ido construyendo cuando el derecho ha actuado durante generaciones, estas “fronteras del agua” acaban conformando las políticas. Y no es casualidad.
Si se reflexiona un poco, el planteamiento es lógico. Imaginen terratenientes y municipios en las partes altas de las cuencas de determinados cursos fluviales cobrando ingentes cantidades por el agua que “cae” sobre sus tierras. ¿Ilegítimo? pues muy asimilable a lo que cobran merced a sol que igualmente les “cae”. ¿quieres que el consumo humano sea gratuito? Bueno, establezcamos,. ¿Que los propietarios de un pequeño valle deciden embalsarla? Genial, quizás compense más venderla para dar rendimiento energético que para cultivar pimientos. ¿Las parcelas que incluyen un curso fluvial? No muy distintas de por las que pasa un ferrocarril u oleoducto. ¿El agua del subsuelo? Otra servidumbre de paso.
Imaginen entonces el mercado en funcionamiento. Con sus futuros, su bendita especulación, su cesión de derechos, la variación estacional del coste, sus comerciales… ¿quieres llenar tu piscina? mejor en invierno, el agua es más barata ¡ahora, es gratis! aunque en verano la sequía devaste alrededor ¿tienes masa forestal en tu parcela? ¡Mejor! ¡El índice pluviométrico es más alto en ella y ganas mucho más! ¿no? ¡planta árboles, los amortizarás en vida!
¿Y el agua valdría lo mismo a lo largo de toda la cuenca? ¡No! Prácticamente cada toma de agua rendiría cuentas a los productores aguas arriba de su escorrentía. Una cooperativa de productores podría vender agua a consumidores del delta, y los compradores a lo largo de toda la cuenca tendrían que respetar el paso del agua ¡por la sencilla razón de que la producción que justificó la venta es más lucrativa y, por tanto, más provechosa para el mercado y el ser humano en definitiva!
¿Y los caudales mínimos ecológicos? Bueno, eso da para otra tarde de cervezas.
Hay muchas más sofisticaciones y derivadas a desarrollar, todas deliciosas en un debate y no sólo por la parte económica, la salobrización del Mediterráneo, la distribución poblacional… pero me quedo con la idea que tenemos improntada en la mente todos los aragoneses de que tenemos que rehacer un paisaje (Monegros significa, literalmente montes negros, lo eran por la cantidad de bosques que antes poblaban ese erial). La forma de hacerlo será quitando de las garras del colectivismo un bien primordial, quizá el más importante, y devolviéndolo al mercado libre.
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