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[…] Pues les digo una cosa: sin ley, no hay democracia. Sin ley no hay soberanía, ni orden, ni patria, ni paz social, ni Estado de derecho, ni sociedad sana, fuerte y unida. Sin ley no hay libertad. No hay autoridad, ni justicia… que cada vez son más blanditas. La ley está por encima de la política. La trasciende. La embrida. Y cuando los términos se invierten, cuando los que la atacan y desatienden permanecen —y se saben— impunes campando a sus anchas y apropiándose de las instituciones, mientras quienes deberían aplicarla y exigirla están al dictado de necesidades partidistas, el problema es muy serio. […]
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