El filosofar de José Ortega y Gasset tiene principalmente tres períodos evolutivos: objetivismo, perspectivismo y raciovitalismo, cada uno se corresponde con una premisa básica; en el primero Ortega mira a Europa y cree que la salvación de España pasa por ella, imitando la metodología científica que permitió un desarrollo moral y material en otras naciones europeas, ya que sólo en la racionalidad y el método hay objetividad; en el segundo hace una interesante propuesta que utiliza distintas perspectivas valorativas para la validez de los juicios humanos, sean científicos o no; y en el tercero piensa superar la razón pura de los ilustrados y los filósofos griegos de la Antigüedad, con una razón vital, la fuerza de la vida en el impulso de la razón.
Pero este libro, Estudios sobre el amor, es de lectura deliciosa, cuenta con un léxico muy rico, y resulta fácilmente inteligible. Trataré de resumir, sin abandonar la esencia de las ideas que elaboró, sus propuestas en el terreno amoroso y psicológico.
Lo primero es subrayar el concepto de amor que define y que es básico para la comprensión del resto. Es un sentimiento continuo (que no cesa) por el que afirmamos la existencia de una determinada persona por lo íntimo de su ser, su individualidad. Amar a una persona, como dijo Ortega, es estar empeñado en que exista, porque no concebimos una hipotética realidad sin ella. En sus palabras:
“Diremos que es un acto centrífugo del alma que va hacia el objeto en flujo constante y lo envuelve en cálida corroboración, uniéndonos a él y afirmando ejecutivamente su ser”. Centrífugo, porque nace en nosotros y se dirige a otro que está fuera. Ejecutivo, porque no es un estado (como la tristeza o la alegría), sino una actuación, un movimiento.
Existe una idea espantosa que confunde el instinto con el amor que tiene raíces en lo sexual, los automatismos inferiores sostienen la vida superior y espiritual, es decir, no hay amor sexual sin instinto, no reduciéndose a la satisfacción de un impulso sexual que no selecciona. El instinto, o el deseo sexual, se satisface con una u otra persona (se desea, cuando tenemos hambre, un plato de comida abundante, pero no se le ama), no pone nada por sí ni causa que la atención se fije desproporcionadamente en alguien que destaca por nuestras preferencias más íntimas. En palabras del célebre filósofo que estamos tratando: “El auténtico amor sexual, el entusiasmo hacia otro ser, hacia su alma y hacia su cuerpo, en indisoluble unidad, es por sí mismo, originariamente, una fuerza gigantesca encargada de mejorar la especie. En lugar de preexistir a su objeto, nace siempre suscitado por un ser que aparece ante nosotros y de ese ser es alguna cualidad egregia lo que dispara el erótico proceso”. Alguna cualidad especial, el amor es, como decía Platón y repite Ortega, anhelo de engendrar en lo perfecto, no sería amor si no lo viésemos como una excelencia. Lo perfecto no es lo que está absolutamente bien, sino lo que sobresale ante el resto.
En el libro también se trata la teoría stendhaliana de la cristalización, Stendhal propone un amor creado por la imaginación del amante, que supone perfecciones en el alma de la persona amada, no siendo ésta capaz de responder (la realidad es insuficiente) y muriendo por la ineludible decepción futura del amante. Sin embargo, es difícil creer que un proceso normal en el hombre sea realmente algo anormal y frustrante, además, el amor no es el único que sufre de unas expectativas generadas que finalmente no se cumplen. Podrá fallar la vista, o el oído, puntualmente, pero la percepción no es un error sistemático. Esto se trata ampliamente en el libro.
Ortega señala dos fases esenciales en el proceso amoroso: la atención y el éxtasis. Define el enamoramiento como un fenómeno de la atención que se basa en la desproporción de un objeto atendido sobre el resto; él entiende, por cierto, que hay un ingrediente común en los amores y que son distintos por el objeto (aunque el mecanismo es siempre igual), es decir, hay amor a una disciplina, a una cultura, a una idea, a una mujer (o viceversa), etc…, y todo lo que no es común entre el amor a la disciplina y el amor a la mujer no es amor estrictamente. Una persona destacaría sobre otra, que está inicialmente a una distancia atencional similar, cuando el amante, que todavía no está en vilo, ve cualidades especiales en ella, a través de un comportamiento, o un gesto sutil que revela una idea en su fondo secreto e idéntico en lo esencial con el ser íntimo de la persona que está atendiéndole, porque nuestros amores (si no son equivocaciones por precipitación en casos puntuales) son el reflejo de un carácter que, aun cambiando, permanece en su propia trayectoria moral.
El éxtasis, por otra parte, sería la consecuencia última para el verdadero enamorado, sale fuera de sí y todos los actos son instantáneamente realizados desde otro ser, dijo Ortega: “Unión transfusiva, en la que cada cual traslada al otro las raíces de su ser y vive (piensa, desea, actúa…), no desde sí mismo, sino desde el otro. Al volver, tras su etapa de absorción, a mirar las cosas, las ve, no en ellas mismas, sino reflejadas en lo único que para él existe: Dios o lo amado. Y lo que les falta de gracia lo añade de espléndido el espejo donde las contempla”. La persona se vuelve, ve la realidad desde la perspectiva de lo amado.
He resumido, como he advertido antes, las ideas más elementales, recomiendo encarecidamente este libro, ya que hay actualmente mucha confusión, y no son pocos los que dicen creer en el “poliamor” (cuando es una contradicción de base), porque el amor es exclusividad y no un deseo que se repite hasta la saciedad y que necesita de muchas personas diferentes, prescindiendo posterior y necesariamente de ellas, o espontaneidad.
Utilidad del amor en la familia
Dice Ortega en la parte dedicada a Amor en Stendhal: “Cuando el amor es plenario culmina en un deseo más o menos claro de dejar simbolizada la unión en un hijo en quien se prolonguen y afirmen las perfecciones del ser amado. (…) El hijo ni es del padre ni de la madre, es unión de ambos personificada y es afán de perfección modelado en carne y alma”. El hijo, según da a entender, que nace de una relación amorosa plena es, aproximadamente, la intención de los padres, formando una nueva persona con las perfecciones que hacen la selección vital que estábamos comentando. Creo, por tanto, que esta idea de amor es útil para justificar la relación monógama y el cuidado de los hijos que resultan de ésta. Exige carácter y atención, y, sin este sentimiento, no hay relación, sino un compromiso vacío entre personas que buscan placer sexual y compañía. Por tanto, esta selección, que depende de un tipo de vida específico, hace una unión idónea que revisa y corrige al futuro hijo, careciendo éste de capacidad cognitiva y de experiencia. Es la base de la educación que nos prepara para un mundo complejo.
El modelo de sexualidad irresponsable y aleatoria es útil, contrariamente, para un Estado gigante que quiere sustituir la sociedad, la familia es el obstáculo que impide la planificación del político sobre los deseos del menor: sus ideas, sus gustos, sus virtudes…
(Valencia,1999) Estudiante de Derecho en la Universidad de Valencia, colabora con el Club de los Viernes en la delegación provincial que tiene en Valencia.
Deja una respuesta