A menudo leo en diferentes debates de las redes sociales y en algunos periódicos -y escucho en debates televisivos, de esos que aburren- que «el liberalismo nos exprime», que «los mercados mandan» e incluso que «necesitamos más Estado», hasta el punto de que digan que «la culpa de esta crisis la tiene el liberalismo».
Todos sabemos -o deberíamos saber- que el liberalismo se caracteriza por querer una reducción del tamaño del Estado, y por ende de su poder sobre los individuos. El Estado es coacción, ya que obtiene sus recursos obligando a los ciudadanos a pagar impuestos. Pues algunos siguen pensando que un modelo liberal es aquel en el que, como ocurre en España, el sector público ocupa casi el 50% del PIB. Incluso lo tachan de «dictadura capitalista», cuando aquí la única dictadura que existe es la de los empleados públicos -de los cuales el 45% son personal laboral y cargos de confianza politica, nombrados a dedo con total discrecionalidad-, y la más temida y que ningún político del Consenso parece estar dispuesto a acabar con ella, la dictadura de los impuestos.
Si el liberalismo quiere decir algo, quiere decir contención del poder político.Lo que sucedió fue lo contrario: la política se expandió como nunca, con un crecimiento espectacular del gasto público en nuestro país, mientras las autoridades alegaban que no pasaba nada, porque había superávit fiscal, un superávit ficticio, pues los ingresos eran generados por la burbuja inmobiliaria, y esos ingresos no iban a permanecer intactos toda la vida.
Los políticos hicieron lo contrario de lo que había que hacer: no solo gastaron sin freno en los años de la burbuja -y ahora le echan la culpa al ciudadano privado, supuesto modelo de irresponsabilidad- sino que cuando, en 2010, sus medidas se revelaron explosivas y debieron corregirlas no frenaron ni redujeron el gasto como deberían haberlo hecho. En contra de lo que proclamaron una y otra vez, no hubo austeridad. Como señala Juan Ramón Rallo en ‘Una alternativa liberal para salir de la crisis‘, a finales de 2011 el gasto público real por habitante se encontraba un 12% por encima del de 2007, es decir, por encima del nivel de gasto público que sufríamos en el apogeo de la burbuja productiva y de la burbuja estatal. Además, entre 2001 y 2011 el gasto de las Administraciones Públicas aumentó más de 210.000 millones de euros, un 21% del PIB. ¿Liberalismo? ¿Dónde?
En Sanidad, el gasto anual se incrementó desde los 35.000 millones de euros -1.600 dólares internacionales por habitante- en 2001 a más de 60.000 millones -2.700 dólares internacionales por habitante- en 2007. La mayor parte de ese incremento se debe al aumento del gasto en personal -que pasó de 15.000 millones de euros en 2001 a 26.000 millones en 2007-.
En Educación, entre 2001 y 2007 el gasto total creció en 18.000 millones de euros, hasta superar los 46.000 millones. Si ponemos estas cifras en relación con el alumnado, nos damos cuenta que España ha sido el país que más ha aumentado el gasto público por estudiante entre 2001 y 2007: más de un 50%, hasta los 7.800 euros. Ese gasto está por encima de todos los países de la Eurozona, excepto Suecia y Dinamarca. Estos datos son los que deben olvidar los presentes en las mareas verdes cuando piden más gasto en Educación. ¿Todavía quieren gastar más?
Con todo, más significativo es que, al relacionar ese gasto por alumno con la renta per cápita de cada país, España aparece como el que más porcentaje de su renta destina a la educación pública de toda la Unión Europea. Es decir, es el país cuyo Estado realiza más esfuerzos financieros en la educación pública. Aun así, siempre aparecen los que piden más gasto.
Para colmo, tanto las autoridades del PSOE como las del PP aumentaron la deuda pública e hicieron lo peor que se puede hacer en una crisis: subir los impuestos . Saqueo tras saqueo, tanto el Gobierno de Zapatero como el de Mariano Rajoy no afrontaron la crisis como había que hacerlo. Se dedicaron a continuar las mismas políticas de gasto, déficit y deuda pública, y en definitiva un intervencionismo que algunos ven como liberalismo, demostrando en ellos mismos su propia ignorancia o demostrando que no quieren reconocer la miseria intervencionista.
¿Por qué algunos equivocan liberalismo con intervencionismo?
Porque no quieren reconocer la miseria intervencionista.
Como podemos ver, el gasto público creció sobremanera en la década pasada -y sigue creciendo-, siguen aumentando los impuestos -ya sea el PSOE o el PP del socialdemócrata Rajoy-, la deuda pública acecha la barrera del 100% del PIB -es decir, debemos la misma cantidad de dinero que la que generamos-, y todavía algunos siguen llamando liberalismo a este sistema, que peca de todo menos de ser liberal, y continúan demostrando su ignorancia confundiendo Estado y Mercado.
La crisis no ha sido culpa del liberalismo, sino del socialismo y todo intervencionismo. Y como decía Henry Hazlitten ‘La Economía en una lección’, todo intervencionismo es antieconómico, pues solo tiene en cuenta las consecuencias que saltan a la vista, pero ignoran las que no se ven, es decir, solo contemplan los resultados inmediatos, sin preocuparse por las repercusiones a largo plazo, entre las que se cuentan la riqueza no creada o incluso destruida por las regulaciones, la inflación y los impuestos. Decía que es antieconómico ya que el primer principio que toda política económica debe seguir es el de mirar al conjunto de la economía -el conjunto de la población- y al largo plazo.
La solución a esta crisis sí pasa por el liberalismo (reducir el gasto público, reducir impuestos e imponer menos regulaciones), y por un aumento de la iniciativa individual frente a lo impuesto colectivamente. Es deber de cada uno saber qué le interesa; yo lo tengo claro, manejo mejor mi vida yo mismo que unos funcionarios o los políticos de turno.
DAVID MUÑOZ LAGAREJOS (Madrid, 1993)
Estudiante deLGrado en Ciencias Políticas y Gestión Pública en la Universidad Rey Juan Carlos.
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