Abulia
Ciudadanos sumidos en la abulia y demanda ilimitada a un estado benefactor
La abulia -empezaremos por ahí para quien no esté familiarizado con el término-, viene a ser la falta absoluta de voluntad, la carencia de deseos y decisiones, donde el pensamiento se apaga y la voluntad se inhibe.
Se traduce en una falta de motivación para actuar: no se puede hacer nada sin ayuda.
El síntoma de la abulia
En psicopatología, la abulia puede ser síntoma de distintos trastornos, pero también puede anularse la voluntad haciendo que alguien no precise de esfuerzo alguno para obtener lo que, con su acción, podría lograr.
Si te lo dan, no hace falta el esfuerzo.
Y cuanto más te dan, menos esfuerzo será requerido para obtener lo que, de hecho, te dan.
Podemos llegar al caso de que el único motor para obtener algo sea pedirlo, rellenando en última instancia, alguna solicitud.
Pero, ¿a quién pedir? No cabe duda de que a un estado benefactor, muy social, que atenderá a las pretensiones ilimitadas de ayuda por parte de los ciudadanos subsidiados y, de paso, comprados por tan sólo unos votos.
Tú me das el voto y yo te daré todo cuanto necesites. ¿Todo? Sí, todo.
En esas estamos y, además, en forma de subasta.
Ya saben, ¿alguien da más?
Redistribuir dinero
Más aún, para algún ingenuo que se pregunte de dónde sale el dinero para “dar de todo a todos”, hay una respuesta contundente: “de su bolsillo”.
El estado benefactor es maestro en dar, pero un mal aprendiz para generar riqueza.
Esa, si acaso, la genera usted con su esfuerzo.
Luego ya le pediré yo para repartir.
Ya sabe, se llama redistribuir.
El estado benefactor
Podría ocurrir que la abulia llegara a ser contagiosa y que tocándonos tanto el bolsillo cambiemos de tercio y vayamos decididamente a que nos den; también a mi, que para eso tengo derecho.
Derecho que adquirí por el mero hecho de nacer (guapo que es uno).
Tengo derecho al trabajo (usted me lo da), tengo derecho a una vivienda (usted me la da), tengo derecho a todo (usted me lo da).
Sí, usted, el Estado Benefactor.
Y así, dando y dando, el personal entra en un sopor mental que no le permite emprender, arriesgar, echar horas para ganar más.
En todo caso le queda voluntad para “echar la solicitud”.
Ser funcionario del estado
Desde hace años, en el entorno en el que me muevo, la mayoría de la gente joven que acaba unos estudios (no entraré ahora en detalles acerca de cómo los acaba) aspira o, mejor, suspira por ser funcionario; de lo que sea, pero funcionario.
Ya saben, la cosa segura.
Y se quejan de que no salen oposiciones o de que salen pocas plazas.
En realidad, lo mejor es que saliera una para cada uno.
Todos funcionarios, el nirvana de la abulia.
No de todos, naturalmente, pero sí de muchos funcionarios.
De tantos que, incluso puede que sobren.
El alma del funcionario del estado
Que alguien sea funcionario es necesario; probablemente sí.
Pero tener alma de funcionario ya es otra cosa.
El macro-estado benefactor se nutre de empleados que, a fuerza de años, caen en la abulia. Insisto no todos, pero sí muchos.
Ahora han pasado unos años malos porque les han congelado el sueldo y no les han llegado las pagas extraordinarias.
En ese tiempo, muchos emprendedores no han tenido el sueldo congelado, pues no se puede congelar lo que no se tiene.
En cuanto a las pagas extra, algunos no las conocen trabajando doce o catorce horas al día.
Pero de todo tiene que haber en la viña del Señor.
La cuestión es cuánto de cada cosa tiene que haber.
No generar riqueza
No se genera riqueza desde un estado benefactor que, casi siempre, acaba repartiendo pobreza.
Pero el hecho de repartir refuerza la abulia, el incentivo al esfuerzo ya no es necesario cuando todo se me da (y lo que no se da, se me dará: es cuestión de que gobierne el que da más).
Y disuade al que se esfuerza.
Así, todo un mundo subsidiado se convierte en una sociedad de abúlicos que irán a votar a quien les dé, o simplemente, les prometa que les dará.
Y sepan que quien prometa esfuerzo y trabajo está condenado.
Eso suena a dificultad y no estamos por la labor.
Los representantes de la cultura española
Hubo gente que sacrificaba el salir por ahí para poder comprar cada año los libros de sus hijos, nuevos o a estrenar.
O que ahorraban por si surgía alguna necesidad.
O que no compraban lo que no podían comprar.
O que… Pero ahora tengo derecho a que me den los libros, a que me den un préstamo, e incluso a que, si no lo puedo pagar, le eche luego la culpa a quien me lo dio, por perverso.
Y tengo derecho a subvenciones y ayudas a tutiplén.
Y los que venden por la calle tienen derecho a vender mientras muchos dueños de tiendas hacen juegos malabares para pagar sus impuestos.
Y los autoproclamados representantes de la cultura española actual (los Giligoyas) piden ayudas para hacer pelis más que mediocres y jugar a los Oscar poniendo a parir a todos excepto a los que creen que les darán (más todavía).
Eso ocurre mientras directores y guionistas de indudable tacha moral, se ven relegados (sintiéndose “en la resistencia”) ante un pensamiento único de la más baja calaña dictatorial.
Principios liberales como responsabilidad y competitividad
Responsabilidad, competitividad, esfuerzo, riesgo, ahorro, principios, etc., son términos del pasado, suenan carca.
No conviene ni suspender mucho en el aula; es un fracaso del profesor aunque a muchos alumnos les traiga al pairo lo que allí se cuenta.
Tienen derecho a aprobar, a la de una, a la de dos o a la de veintidós.
Hay que evitar el fracaso escolar, igualemos a la baja; hay que igualar la economía del personal, juguemos a Robin Hood; hay que conseguir votos, prometamos ser un padre generoso que siempre dará con tal de seguir siendo el padre.
Y si hay que sancionar, sancionemos a quien sabemos que nunca invadirá las calles.
Reforcemos la abulia, socialicemos la pereza, así el ganado será más fácil de conducir.
En esas andan.
Doctor en Medicina y Cirugía
Doctor en Psicología
Director del Instituto de Ciencias de la Conducta de Sevilla
Profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla
Académico Correspondiente de la Real Academia de Medicina de Sevilla