En los manuales de táctica militar, se denomina “momentum” a aquella fase avanzada de una batalla en la que se presenta una oportunidad de ventaja para uno de los contendientes. Dicha oportunidad suele aparecer de manera espontánea, bien sea por la flaqueza de la moral enemiga, o bien porque uno de los bandos comete un grave error estratégico.
Usado también en el juego del ajedrez, se trata del “momento propicio para consolidar una ventaja que permita asestar el golpe definitivo”, según la definición de Clausewitz en su libro “El Arte de la Guerra”.
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Siguiendo esa metáfora militar, los últimos acontecimientos acaecidos en el campo de batalla de la política mundial, permiten identificar la existencia de un “momentum” liberal:
– Las viejas superestructuras políticas han entrado en crisis (Brexit, OTAN, etc). Los ciudadanos priorizan las cuestiones cercanas y concretas (seguridad, empleo, corrupción…) por encima de la abstracción macro-política.
– El auge de los populismos de ambos signos ha causado un terremoto en el “Imperio Socialdemócrata” (victoria de Trump en USA, auge de la extrema derecha en Europa, movimiento 5 Estrellas en Italia, etc)
– El Estado del Bienestar, tal y como fue diseñado por la socialdemocracia europea, demuestra su nula viabilidad en muchos países asolados por el déficit, la Deuda y la inmigración descontrolada.
– Partidos que se autodefinían en su propio ideario como socialdemócratas, han retirado ese término y acogido la palabra “liberal” (algo impensable hace tan solo unos años en España)
– En Europa se observa una ausencia de liderazgo, que permita salir definitivamente de la situación de estancamiento y ser más competitivos a nivel mundial, a la vez que acoger a refugiados e inmigrantes de una manera más ordenada y viable.
Como se ve, el factor decisivo que genera ese “momentum” liberal es la crisis de la socialdemocracia y del keynesianismo, que venían dominando la escena europea desde los años 90 del pasado siglo. Lo sorprendente es cómo esas ideas lograron resurgir de la “tumba” donde reposaban, tras el rotundo éxito de las políticas anti-intervencionistas y liberalizadoras impulsadas, entre otros, por Reagan y Thatcher, en los años 70 y 80.
Aun aceptando algunas críticas legítimas, el innegable mérito de esas políticas consistió en remontar brillantemente los efectos adversos de la crisis del petróleo, similares a los sufridos durante la reciente crisis financiera (desempleo, endeudamiento, empobrecimiento de la clase media…) y a los cuales se sumaba una galopante inflación.
¿Qué ocurrió después?: Quizás a causa de relajar la guardia ante el nuevo bienestar alcanzado, Europa regresó a los pecados de antaño: ampliación de la UE a sus actuales 28 Estados, expansión monetaria, aumento del gasto y del endeudamiento público, consagración del “Estado empresario”… Mientras, EEUU hacía lo propio, incrementando en progresión geométrica el presupuesto de defensa y el grado de intervención en la economía. En medio de esta efervescente “Deudocracia”, lo público creció tanto que terminó engullendo a lo privado. El punto culminante en esta huida hacia adelante fue la “Gran Entente Cordiale” entre Banca y Estados, que acabó causando la burbuja mundial del crédito y la posterior resaca financiero-monetaria.
Con estos antecedentes, se entiende que buena parte de la clase media de los países desarrollados haya dejado de creer en el mito del “Estado protector”, coartada perfecta para la multiplicación del gasto y (por ende) de los impuestos. Una decepción totalmente coherente con los hábitos de desapalancamiento y reducción del consumo, que los propios ciudadanos hemos debido aplicar en nuestras economías domésticas.
Sin embargo, esa decepción aún no ha sido suficiente para la corrección de los desequilibrios y la adopción de políticas de signo contrario. Por un lado, la antigua y supuesta superioridad moral socialdemócrata ha sido suplantada por su propia caricatura: un populismo infantiloide, basado en la negación y la ruptura del sistema, y que apela a argumentos más emocionales que racionales. Por otro, los gobiernos occidentales no se han atrevido a oponer a dicho populismo una verdadera alternativa realista, reduciendo el desproporcionado tamaño del Estado para devolver a la sociedad parte de la iniciativa usurpada. En su lugar, se han limitado a mantener el “statu quo” fiscal y monetario, a costa de un constante incremento de impuestos.
Frente a este inutil “contramodelo”, se impone recuperar un debate ideológico sano, basado en la razón objetiva, y no en la falsa emoción que algunos nos venden.
Las cuatro ideas-fuerza a oponer a esta doble corriente populista-inmovilista, serían (en mi opinión) las siguientes:
* Prevalencia de lo “micro” (gestión eficiente de los servicios públicos) sobre lo “macro” (grandes y vacías declaraciones de derechos)
* “Glocalismo” y municipalismo: Complemento (no contraposición) de lo “global” con lo “local”, incentivando el activismo productivo vs. el activismo reivindicativo.
* Redimensión del Estado del Bienestar, eliminando los actuales excesos asistencialistas que reniegan de las capacidades de los individuos.
* Renacimiento de un nuevo liberalismo humanista, basado en potenciar las capacidades de los individuos (formación, innovación, movilidad, emprendimiento, tecnología…) más allá de su adscripción a un colectivo determinado.
En suma, ha llegado la hora de aprovechar este “Momentum” liberal. Hagámoslo, por el bien de las próximas generaciones.
Abogado. Master en Asesoría Jurídica de Empresas por el IE Business School (Madrid). Asesor legal y financiero, experto en Banca Privada y financiación.
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