Primera parte
El sujeto histórico debe dejar de ser el individuo, para conveniencia de tal y para regenerar el concepto de lo colectivo. El sujeto histórico de nuestras democracias actuales debe ser la condición en la que este sumido el individuo. Independientemente de que estemos o no de acuerdo, desde hace un tiempo que el consumo (al punto de que ciertos intelectuales, definan al hombre actual como «El Homo Consumus») y su marca, o registro, es la medida del hombre actual como de su posicionamiento o razón de ser ante la sociedad en la que se desarrolla o habita. Somos lo que tenemos, lo que hemos logrado acumular y no somos, mediante lo que nos falta, en esa voracidad teleológica o matemática de contar, todo, desde nuestro tiempo a nuestra infelicidad. Arriesgaremos el concepto de una existencia estadística, en donde desde lo que percibimos, de acuerdo al tiempo que trabajamos, pasando por lo que dormimos, o invertimos para distraernos, hasta los números en una nota académica, en un acto deportivo, en una navegación por una red social para contar la cantidad de personas que expresan su satisfacción por lo exteriorizado, todo es número. Nos hemos transformado, en lo que desde el séptimo arte se nos venía advirtiendo desde hace tiempo en sus producciones de ficción. Somos un número, gozoso y pletórico de serlo. El resultado final de lo más simbólico de la democracia actual, también es un número (el que obtiene la mayoría de votos) sin que esto tenga que ser lo medular o lo radicalmente importante de lo democrático.
Aquí es donde planteamos la urgencia de modificar el sujeto histórico. Sabemos que el todo es más que la suma de las partes, desde lo metafísico, desde lo óntico, incluso desde lo psicológico. Pero hasta ahora no hemos aplicado tal principio en la arena de la filosofía política. Que el todo sea más que la suma de las partes, implica necesariamente que la democracia representativa actual deje de reposar, de estar acendrada en la expectativa que genera a todo y cada uno de los individuos, horadando la legitimidad de su razón de ser y amalgamando la cosmovisión y la cultura individualista. La representatividad estadística que fuerza al juego ficticio de partidos políticos, que definen ideas o razonamientos políticos que establezcan respuestas a los problemas colectivos, ha pasado a ser ficción literaria, rémoras de épocas que nunca más viviremos, salvo en la melancolía de corazones románticos. La democracia debe fundamentarse, o estar fundada, en la condición estadística en la que se circunscriba el individuo. Esto es, asumir la realidad para a partir de ella construir la expectativa que es su razón de ser. De lo contrario, en caso de continuar, generando expectativas ante la mera convocatoria de elecciones para renovar representantes, la legitimidad del sistema siempre estará arriesgadamente en cuestión, pudiendo alguna vez un grupo de hombres considerar el retorno a algún tipo de absolutismo. No existe, en nuestra modernidad, más que dos clases de hombres, los que tienen y los que no. Los que no son pobres y los que lo son. Ante esta existencia estadística, es muy fácil determinar los parámetros en los que se asienta el límite para catalogar quiénes son pobres y quiénes no. Organismos internacionales, solventes jurídica y monetariamente, pueden unificar criterios para establecer la suma o la cantidad que precise un ser humano, diaria o mensualmente, para ser o no ser considerado pobre. Esta cuestión metodológica es la más fácil de zanjar, por más que puedan existir varios tecnicismos para ello.
Lo radicalmente importante es considerar que la nueva definición de democracia que proponemos, es que debe tener por finalidad, que menor cantidad de personas, en un determinado tiempo y lugar, deben ser pobres. Esta debe ser la razón de ser, básica, principal y prioritaria de la democracia actual. El eje de su sustentabilidad legítima, debe estar sustanciada en esto mismo. Si la democracia, bajo esta nueva finalidad y por ende definición, no logra su cometido pasará a ser otra cosa, por más que se convoquen a elecciones o se mantengan circuitos o instituciones representativas. La sujeción de lo democrático a la condición
en la que este sumido una determinada cantidad de hombres, garantizará que la expectativa que por regla natural es su razón de ser, no sea siempre una abstracción sino que este supeditada a un resultado, a un determinado logro, concreto y específico. Como si faltasen razones como para esta resignificación de lo democrático que la salvara de la inanición a la se encuentra condenada, nada sería más lógico, razonable, y válidamente verosímil que la legitimidad de la democracia se encuentre acendrada en que representa prioritariamente no ya partidos u hombres (por otra parte, insustanciales e insulsos) sino que radicara su logos existencial, en modificar la condición en la que habitan sus hombres, no ya como números o discursos, sino como sujetos de carne y hueso, al que no se le siguen conculcando sus derechos universales y elementales.
No es nuestra intención avanzar sobre las ciencias jurídicas, pero bien podríamos decir que sí esto no se constituye en la finalidad de lo democrático, no tenemos por qué aceptar que se nos impongan reglas normativas de ningún tipo. Es decir, sí nuestro propio sistema de gobierno, no fija como prioridad, que un determinado número de personas que no se alimenta o se alimenta mal, deje de estar en tal condición, ¿qué sentido tendría respetar una señal de tránsito o la misma disposición de la propiedad privada? (a partir de esta inferencia, se puede analizar el incremento de los delitos contra las personas en nuestras sociedades modernas, es decir cómo se da de hecho lo que expresamos semánticamente).
Tercera parte
Filósofo, psicólogo y escritor. Obras:
- Novela “El Macabro Fundamento” en el año 1999. Editorial Dunken. –
- “El hijo del Pecado” Editorial Moglia. Octubre de 2013.
- “El voto Compensatorio”, Editorial Ediciones Académicas Españolas, Alemania. Abril de 2015.
- “La Democracia Incierta”, Editorial SB. Junio de 2015.
- “El acabose democrático” Ápeiron Ediciones. Agosto de 2017.
- “La democracia africanizada”. Editorial Camelot. Julio 2018
- “Interdicciones filosóficas, políticas y psicoanáliticas. La vulva democrática”. Editorial Kolaval. Edición en agosto de 2020.
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