PUBLICADO EN ACTUALIDAD ECONÓMICA (03/06/19)
Pasadas ya las elecciones, solo nos queda desear una cosa: que los políticos electos se olviden de todas las promesas de nuevas ayudas y subsidios que hicieron durante la campaña.
Cualquier nueva ayuda se deberá pagar con dinero que el gobierno quitará a alguien, sea con más impuestos o más deuda pública. La sociedad, como un todo, siempre pierde con las ayudas y subsidios: siempre recibirá como retorno menos de lo que pagó como impuestos. Porque toda ayuda y subsidio conlleva un coste de gestión y control. Ese coste no vuelve a la sociedad, se lo queda el gobierno.
Pese a esta evidencia, las recientes elecciones volvieron a mostrar que a la gente le gusta que le prometan más ayudas. De hecho, premia con su voto a los políticos que lo hacen. Creo que eso ocurre al menos por un par de motivos. Uno: en el entorno socialdemócrata en que vivimos, lo “normal” es que todo se resuelva con una nueva ayuda. Dos: la mayoría aún cree que puede ser “cobrador” de ayudas, mientras que “otros” (los ricos, las grandes empresas) serían los pagadores.
La verdad es que, incluso quien está exento de pagar IRPF y cobra ayudas, también sufre sus consecuencias negativas. El motivo es simple: cuantas más ayudas y subsidios existan, más impuestos hay que pagar. Cuantos más impuestos se pagan, la asignación de recursos (todo lo que se compra en la economía) está decidida, en una proporción creciente, por los políticos. Por definición, lo que deciden los políticos es diferente de lo que hubiera hecho la gente con el dinero que tuvo que utilizar pagando impuestos.
Eso distorsiona la estructura productiva y ya supone un coste para toda la sociedad. Más grave es que, a mayores impuestos, menor es la proporción disponible para ahorrar por parte de las familias. El menor ahorro quita recursos que podrían haber financiado más inversión. Y la menor inversión tiene dos efectos muy negativos para los más humildes: reduce la demanda de empleo por parte de las empresas y disminuye la capitalización de la economía.
“¿Y a mí qué me importa la capitalización de la economía?”, pensará con candidez quien cobre un subsidio. La capitalización es todo lo que contribuye a que el trabajo humano sea más productivo: desde infraestructuras y medios de transporte hasta ordenadores y martillos, pasando por todo tipo de maquinaria. La clave es que la capitalización, al hacer que el trabajo sea más productivo, es lo que hace subir los salarios de verdad. Por eso, cuanto más pobre, más le interesa a uno que aumente la inversión, para que crezca la productividad y, con ella, los salarios.
Es el diferente grado de capitalización lo que explica que en Dinamarca el salario medio sea de más de 3.000 euros mensuales y en Portugal, mil euros. Con solo ir a Dinamarca, un portugués puede triplicar sus ingresos, sin aprender nada en el camino. Esa es la “magia” de la capitalización.
La conclusión es obvia: todos, ricos y pobres, pagan las ayudas y subsidios con una menor prosperidad general. ¿Quiénes cree el lector que son los más perjudicados? Pues eso. @diebarcelo
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