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Prohibir a los hombres mirar al cielo

10 de agosto de 2020 Por //  by Karina Mariani Dejar un comentario

Había llegado a oídos de la duquesa Cristina de Lorena una pavada, una aberración ridícula acerca de que la Tierra se movía. Era una estupidez sin sustento, después de todo, ella estaba parada sobre la Tierra y podía dar cuenta de que estaba inmovil, y de que el Sol giraba a su alrededor. Pero había algo muy ofensivo en el hecho de que este tal Galileo se atreviera a objetar semejante consenso, así que la duquesa protestó ante las autoridades. Sucedió entonces que, con infinita paciencia, el mentado Galileo intentó explicarle la obra de Copérnico, a la susodicha duquesa, en una carta. ¡¿Para qué?! La flagrante contradicción de la teoría copernicana con el consenso unánime de poderosos y científicos produjo tal escándalo que logró que el obispo de Fiésole ordenara la inmediata prisión de Copérnico, que a la sazón había muerto 70 años antes, pero… ¿quién mira esos detalles?

Los consensos tienen de suyo el abrazo tranquilizador de la manada. Los consensos, más si son mundiales, son inmunes al cuestionamiento. Dormir abrazado a un consenso da seguridad y también cierta paz. Nunca ha sido grato desafiar los consensos. Seamos sinceros, ¿quién querría ser señalado como un conspiranoico negador, un loco a contracorriente, un meme con el conito de papel aluminio en la cabeza?

Toques de queda, distanciamiento social, cuarentenas, rastreo tecnológico, multas, confiscaciones, prisión, censura son sólo algunas de las medidas consensuadas, en el mundo, para lidiar con el Covid. Aires de un inimaginado totalitarismo soplan fuerte por todo el globo. La miseria autoritaria no es exclusivamente nuestra y es, precisamente esa condición mundial, el atajo de los gobiernos para justificar su ineptitud y desmesura. “¡Esto pasa en todo el mundo!” dicen. El aumento de directrices que conceden más poderes a los Estados es la más siniestra epidemia mundial. Desde las democracias más sólidas hasta las peores dictaduras han cambiando leyes para otorgar más poderes al estado y la omnipresencia del tema Covid-19 es el escudo para normativas humillantes, contradictorias, ilógicas, caprichosas, irritantes y ruinosas con las que nos castigan por la condición de posibilidad de estar enfermos.

Sorprende (o no) que el virus disminuye y el control crece. A medida que pasa el tiempo y aún cuando la enfermedad demuestra ser cada vez menos peligrosa, se multiplican las decisiones que, en otro momento hubiéramos tachado como dictatoriales, pero que ahora son asimiladas sin resistencia y pasan inadvertidas. Y junto a esta catarata de medidas y contramedidas, certezas científicas y sus correspondientes desmentidas, tenemos unos muy robustos consensos. ¿Podemos permitirnos cuestionarlos?

Consenso 1: Gasto
Los gobiernos han podido, a pata ancha, gastar como desaforados sin que nadie les dijera ni pío. Están gastando dinero creado de la nada, sin respaldo, que provocará inflación que perjudicará a los ciudadanos, o sea, a las pobres almas que mantienen esos gobiernos. Dado que aún no se ha resuelto cómo hacer para sacar plata de las macetas y que vaya el presidente de turno recogiendo ese dinero y metiéndolo en una canastita, los gobiernos del mundo están creando dinero como si no hubiera un mañana y tomando deuda como quien juega al Estanciero. El consenso mundial dice que esto es para mantener la economía en marcha pero, ¿cómo podría ser esto cierto? Lo que están haciendo es fabricar dinero presente o futuro para mantener la administración pública porque, otro consenso unánime, ningún país quiere ni oír hablar de achicar sus gastos.

El pato de la boda mundial es el sector privado que en todos los países ha tenido que hacer planes de contingencia, despedir gente, cerrar sucursales a fin de poder subsistir. Ahora mismo la administración del sector público de todos los países se siente más imprescindible que nunca. Ante la debacle, el consenso de los Estados del mundo, se aseguró seguir sobreviviendo y clientelizando. Se han creado miles de programas de estímulo a empresas y a personas… ¿Cómo demonios van a pagar eso? Una orgía de gasto como si el mundo se fuese a desmaterializar en breve y todos los días se anuncia un subsidio nuevo y ya medio que nos da un poquito todo igual. Con la plata que se crea hoy se compra plata futura, todo sin el menor retén, como los perritos que tratan de morder una colita que se mueve y no se avivan que es la propia.

Y si los otros lo hacen, ¿por qué Argentina no? No hay signos que inviten a pensar que los políticos vayan a bajar el gasto, más bien van a consensuar excusas para extender este poder infinito que les cayó del cielo y con la crisis que ellos mismos crearon van a plantear (de nuevo, el consenso mundial) una especie de estímulo universal y perpetuo. ¿Si todos cobran del estado, quién va a generar riqueza? La semana que viene, el maxiquebrado estado argentino va a pagar el tercer bono del Ingreso Familiar de Emergencia, conocido como IFE, a casi 9 millones de personas. Según la directora de Anses, María Fernanda Raverta para cuando finalice la cuarentena, podría transformarse en algo así como una Renta Básica Universal.

«El IFE arrancó como una medida por única vez para las familias que no tuvieron ingresos estables. (…). Ahora vendrá el tercer pago por decisión de Alberto. El estado va a seguir estando presente con la mejor herramienta que podamos aplicar. Cuál será, hoy no lo sabemos. Puede ser un IFE cuatro o de otra forma», ha declarado Raverta

Consenso 2: Miedo
El pánico mundial al Covid no se condice con los efectos de la enfermedad. En términos estadísticos, no ha superado la mortalidad por enfermedades similares de años anteriores en los que la humanidad ni se mosqueaba por el tema. Los modelos predictivos de letalidad respecto de los contagios no acertaron ni de lejos. Los falsarios y erráticos comunicados de la OMS mostraron la falta de idoneidad y transparencia del organismo. Sin embargo, el consenso es que no decaiga el pánico. Gracias al alarmismo militante provocado, se han instaurado medidas para recortar nuestras libertades y para prepararnos para un cambio sistémico que, con cinismo, han titulado “nueva normalidad” y que ha sentado un precedente espantoso. ¿Cómo haremos para que no se repita indefinidamente?

Consenso 3: Control
El uso de la tecnología para controlar los movimientos y las acciones de los ciudadanos ha encontrado una vía de justificación mundial que parece sacado de una ficción distópica. La mismísima Organización de Naciones Unidas (ONU) ha alertado sobre el seguimiento de teléfonos personales para controlar a dónde van y con quién se encuentran los ciudadanos.
El incremento del uso de estas tecnologías para controlar a la población, el monitoreo de las tarjetas de viaje o de las patentes de autos y en paralelo las medidas a escala global para reprimir la difusión de posibles “noticias falsas” sobre el brote, o sea, cualquier información que vaya contra el consenso mundial sobre la letalidad, tratamiento, propagación u origen del Covid, está penalizado. Otro consenso es la mayor presión a los medios de comunicación que eventualmente quisieran ofrecer una versión diferente, por consiguiente, una restricción de la libertad de expresión.

Los gobiernos continuarán acumulando poderes y no los van a largar de motu proprio. La realidad es que intentarán perpetuar estas normativas una vez que sea superada la epidemia. Hace escasos días Human Rights Watch hizo un llamado a los gobiernos del mundo para recordar que, según el Derecho Internacional, cualquier medida de emergencia que amenace las libertades individuales “solo podrá ser justificada cuando se base en evidencia científica y, siempre y cuando, esté diseñada para un tiempo limitado”. Alertan que, de no ser transitorias, estas medidas podrían causar daños severos a la democracia a nivel internacional.

En síntesis, una epidemia cuyos resultados no justifican el pánico ha conseguido un crecimiento inusitado de la rapiña y el poder de los Estados y en paralelo nos ha aterrado lo suficiente como para dejar que los gobiernos se arroguen poderes que jamás hubiéramos concedido, nos sometan a ridículas restricciones y destruyan nuestras libertades. Más temprano que tarde la imposición de estos consensos mundiales pueden hacer mucho más daño que la epidemia. Todo este descalabro mundial por una posibilidad significativamente pequeña de morir de covid, como si la enfermedad o la muerte fueran episodios extraños y novedosos, como si ya nadie enfermara de ninguna otra cosa ni muriera por ningún otro motivo.

Es un error que, si damos por bueno sin cuestionamientos, no va a existir razón para que no lo repitan el año que viene, o el otro, una y otra vez. Después de todo, la política es el arte de surfear las crisis y aumentar el poder. ¿Qué nos asegura que no lo aprovechen cada vez que a nuestros gobernantes les parezca ventajoso?

El virus es real, como cada virus que se cobra cada año miles de vidas. ¿Importa si es un accidente de laboratorio o si salió de una sopa de murciélago o de alguien a quien mordió un pangolín? Vaya uno a saber. Lo importante es que no es extraño, no es ni remotamente el primero y definitivamente no será el último y, como tantos otros, no va a desaparecer. Ante esto: ¿qué harán los consensos del gasto, el miedo y el control?

¿Esperar encerrados la vacuna? Y si es necesaria, cada año, ¿una vacuna diferente como la de la gripe estacional? ¿Y si el virus muta cada vez y hay que volver a empezar? Epidemias habrá muchas, ¿cuál es la tabla de gravedad, letalidad o rapidez de contagio, que indique que la humanidad debe volver a encerrarse? Cuánto tiempo dura “lo excepcional”? ¿Y los rebrotes? Cuándo los gobiernos se darán por satisfechos, cuando no exista ningún contagiado? ¿Y los colapsos? ¿Ha sido mejor romper la salud, la economía y la dignidad de las personas para que la ocupación de camas no supere el 70%? ¿No había colapsos estacionales antes del covid? ¿Vale crear millones de nuevos pobres permanentes para evitar un “posible” colapso temporal? ¿Y los barbijos? ¿Los usaremos por siempre? ¿Por qué si antes eran innecesarios ahora son obligatorios? ¿Es sano respirar todo el tiempo dentro de un barbijo? ¿Cuántos estudios han desaconsejado su uso en personas sin síntomas? ¿Es bueno no generar anticuerpos y vivir enmascarados? ¿Cuánto más vamos a destruir la economía? ¿Morir de hambre es mejor que asumir un riesgo remoto? ¿Vamos a vivir encierros periódicos en lo que nos quede de vida? ¿Puede un temporario administrador del Estado impedir que se celebren elecciones para evitar contagios? ¿Se puede impedir votar a los grupos de riesgo? ¿Qué norma constitucional le otorga poder a los equipos de expertos elegidos a dedo por los gobiernos? ¿Qué impide que los gobernantes elijan a los científicos que mejor avalen sus discrecionalidades? ¿Puede un gobierno condenar a un país al ostracismo según el resultado de una encuesta? ¿El estrés del confinamiento, no nos vuelve más vulnerables a las enfermedades?

No es la primera vez que el autoritarismo inocula “felicidad y bienestar” a la fuerza. No ha existido un déspota que no se autojustifique a través de “el bien”. Tampoco es la primera vez que el poder cercena preguntas para las que no tiene respuestas, eppur…

Si para suprimir del mundo esta opinión y doctrina bastase con cerrar la boca a uno solo, como tal vez se creen aquellos que, midiendo los juicios de los demás con el suyo propio, les parece imposible que tal opinión pueda permanecer y encontrar seguidores, eso sería facilísimo el hacerlo. Pero las cosas son de muy distinta forma, porque para llevar a cabo una tal decisión sería necesario prohibir no sólo el libro de Copérnico y los escritos de sus seguidores, sino que sería necesario prohibir por completo toda la ciencia de la astronomía e incluso más, prohibir a los hombres mirar hacia el cielo…
Galileo Galilei – Carta a la señora Cristina Lorena, Gran Duquesa de Toscana

Karina Mariani

Colaboradora del CdV en Argentina.

Archivado en:Artículos y opinión Etiquetado con:Coronavirus, totalitarismo

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