Érase una vez un mundo en el que las crisis se solucionaban con el elemento causante: el poder predominante del estado sobre cada una de las esferas pertenecientes a la vida privada, personal e individual de cada individuo.
Érase una vez un mundo en el que se pretendía sustituir un totalitarismo por otro, de otra ideología, pero totalitarismo, al fin y al cabo.
Érase un mundo en el que llamábamos a la solución, con el nombre del problema.
Érase un mundo en el que las ideas de la libertad individual se entregaban en favor de derechos colectivos, puesto que solo en los colectivos nos sentimos fuertes.
Érase un mundo en el que apuntaban a la luna con el dedo, y veíamos la luna, pero ni rastro del citado dedo. Érase un mundo caótico, cada vez más corporativo y oligárquico.
Y érase también un grupo de liberales que pretendían cambiar esta dantesca situación, que pretenderían realizar un cambio cultural sin precedentes, histórico, en favor del individuo.
Como ya habrán notado, queridos lectores, este es nuestro mundo. Este es el mundo en el que vivimos, aunque algunos no lo hayan reconocido todavía. Esta es nuestra realidad, la naturaleza del ser humano que se corrompe y se sitúa por encima de los demás, dándole órdenes. La dictadura que supone otorgar poder absoluto a un presidente del gobierno, justificándolo en que ‘’le han votado’’. Esto, en realidad no es más que la sustitución de elementos de una misma casta, o en el mejor de los casos, de una casta por otra.
Ante el aumento constante del tamaño del estado, diría desde el último siglo, cabría preguntarse cómo han llegado los estados a controlar tantos ámbitos de la vida personal de sus ciudadanos. Cómo hemos permitido que los políticos mientan constantemente a nuestros ciudadanos, sin hacerles libres para entender por qué les mienten y cómo les mienten. La realidad es un tema semántico, aunque parezca una tontería hablar de semántica.
El mayor error que hemos cometido los liberales en las últimas décadas es otorgarles a los socialistas la capacidad de tergiversar el significado de un concepto, para después dejar que nos ataquen con ese elemento tergiversado. Por capitalismo hoy se entiende un mercantilismo con control del estado; por liberalismo jurídico se entiende la ley de la selva, y no la igualdad jurídica; por reducción del poder del Estado se entiende cambio de partidos políticos. Y no es así.
Esta es la primera batalla que debemos ganar, para ganar esta guerra. Establecer las bases de un liberalismo real, sincero, y exacto semánticamente. Dejar claro que el capitalismo no significa rescatar empresas con dinero público. Que la igualdad jurídica supone que los tribunales y cuerpos de seguridad son independientes. Que todo es debatible, incluido que la sanidad o la educación sean públicas. Que los políticos tienen que tener un poder limitado, puesto que democracia no significa otorgar una dictadura cada cuatro años al partido que sea elegido.
Decía Fernando Díaz Villanueva que el totalitarismo tiene todas las de perder a la larga, puesto que aquel ámbito sobre el que se oprime en el futuro se rebelará contra el opresor. Pero también decía Fernando, que en el camino puede llevarse familias o países por delante.
Estamos en ese momento. El tiempo se agota. Los estados paternalistas, mercantilistas y socialistas no paran de aumentar y se justifica todo lo que hagan en contra de la libertad de los individuos. La ciudadanía está cegada, está absorbida, puesto que es más fácil vivir cuando alguien te organiza la vida, que tomando las riendas de tu propia vida.
¿Y qué reacción debemos tener todos los liberales en torno a esto? La solución no es fácil. Como liberal, desconfío plenamente de cualquier político, aunque su partido se llame Partido Anarcocapitalista, Partido Minarquista o Partido Libertario. Por definición, no creo que la política sea la solución; sobre todo porque la historia demuestra que los políticos no suelen estar a la altura de las circunstancias.
El cambio debe ser cultural, debe ser en cada uno de los ciudadanos. Cada uno de nosotros, dentro de nuestro liberalismo, debemos dar la batalla en nuestro alrededor, debemos aportar nuestro granito de arena entre las personas que nos rodean.
Ese granito de arena comienza regalando un libro, debatiendo un tema con argumentos, abriendo la mente de nuestros más cercanos, instaurando la idea de la libertad por encima de todo. Un amigo me comentaba una frase que se me quedó grabada: ‘’no entiendo como alguien, en pleno siglo XXI puede no querer ser libre’’.
Busquemos nuestras propias fuentes, seamos críticos, analicemos cada dato que los políticos nos dan, entendamos como se generan esos datos, apliquemos el sentido común y desconfiemos de las soluciones fáciles, de aquellos que quieren cambiar una casta por otra.
Sólo cuando los políticos teman a la ciudadanía, y no al revés, conseguiremos limitar la acción del Estado; y sólo cuando tengamos la independencia y la valentía de tomar las riendas de nuestra vida, los políticos serán meros trabajadores, no tiranos al servicio de oligarquías.
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