La tecnología y la destrucción de empleo
A través de la cuenta de Twitter del Profesor Carlos Rodríguez Braun he tenido acceso a un interesante artículo publicado por Business Insider acerca de la tecnología.
Bajo el título de Weve reached a tipping point where technology is now destroying more jobs than it creates, Wendell Wallach, un investigador del Interdisciplinary Center for Bioethics de la Unversidad de Yale, retoma el manido argumento de que los avances tecnológicos destruyen empleo.
Este razonamiento, que roza con lo supersticioso, recibe habitualmente por desgracia una calurosa acogida en determinado sectores ideológicos de nuestra sociedad.
Una falacia acerca del empleo
La falacia económica de que la tecnología provoca desempleo neto, es algo que se viene sosteniendo desde la 1ª revolución industrial.
Y a pesar de que la realidad es tozuda y ha desmontado de forma sistemática sus planteamientos, sus defensores son inasequibles al desaliento.
Wallach afirma que los robots, las impresoras 3D y otras tecnologías emergentes están detrás del desempleo y la desigual distribución de la riqueza a nivel global.
Se ha acuñado incluso el término Desempleo Tecnológico para describir el concepto de que la tecnología destruye más empleos de los que crea.
En la misma línea se expresaba el libro Race against the machine publicado por los miembros del MIT, Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee en 2011, éxito de ventas y de gran repercusión en la opinión pública a escala mundial.
En uno de sus pasajes, la citada obra dice literalmente que la innovación digital ha cambiado también la forma en que la tarta económica (sic) es distribuida, y no son buenas noticias para la clase media.
A medida que la carrera tecnológica se acelera, puede dejar a mucha gente atrás.
Los trabajadores cuyas habilidades hayan sido igualadas o superadas por los ordenadores, tendrán menos que ofrecer al mercado, y pueden ver cómo sus perspectivas decrecen y sus salarios encogen.
La historia sobre la tecnología y el empleo
Como muy bien explicaba Henry Hazlitt en su brillante libro Economics in One Lesson, si esto fuera cierto se habría observado el efecto descrito detrás de cada desarrollo tecnológico en la historia; incluyendo el hombre primitivo y sus esfuerzos por hacer más sencilla su penosa forma de vida.
Y como un tuitero me comentaba el otro día al hilo de la noticia, siguiendo el mismo razonamiento los países obsoletos desde el punto de vista tecnológico deberían tener unos índices de desempleo muy bajos (si no concurrieran otra serie de agravantes).
En el largo plazo, la tecnología ayuda a aumentar la producción y bajar los precios, dada las mejoras en la eficiencia que origina.
Un incremento en el resultado por unidad de tiempo dada es lo que llamamos productividad.
Pero esto no desplaza al hombre del trabajo.
Es inherente a la naturaleza humana intentar reducir los sacrificios necesarios para realizar una determinada tarea, ahorrando trabajo y economizando los recursos empleados.
El beneficio y la eficiencia
Del mismo modo, el empleador siempre tratará de obtener su beneficio de la forma más económicamente eficiente.
Pero lo mismo hará el trabajador en relación al esfuerzo empleado para cumplir con la tarea asignada.
Nadie afirmaría que ésta sea una práctica sin sentido.
¿Por qué lo sería en el caso de utilizar la tecnología?
Siguiendo esa lógica, ¿por qué usar el ferrocarril para el transporte de mercancías?
Podríamos dar trabajo a más gente si lo acarrearan sobre sus espaldas.
Imaginemos ahora un empresario del sector textil que invierte en una máquina y logra producir los mismos abrigos con la mitad de mano de obra.
Entonces opta por despedir a la otra mitad de la plantilla.
¿Hay una pérdida neta de empleo?
Los efectos según Frédéric Bastiat
Parafraseando al gran Frédéric Bastiat, el buen economista se distingue del malo en que, éste último sólo ve los efectos de una determinada medida a corto plazo y en grupo determinado de agentes económicos.
El primero, en cambio, tiene en cuenta los efectos que se distinguen a simple vista y los que deben ser estimados, a largo plazo y en todos los grupos.
Un análisis más minucioso del dilema planteado nos ayudará a comprender mejor esta afirmación.
Efectos a largo plazo
En primer lugar, alguien habrá fabricado esas máquinas, creándose nuevos empleos que de otro modo no habrían existido.
Podemos asumir no obstante, que el número de personas necesarias para llevar a cabo esta tarea será inferior a las despedidas.
Supongamos por tanto, que seguimos teniendo una pérdida neta de empleo.
Pero las economías de escala creadas por la máquina permiten al empresario ser más eficiente en términos de coste y obtener beneficios.
¿A qué los destinará?
Puede que reinvierta en la propia empresa lo que implicará la contratación de más trabajadores en otras líneas de producción.
O tal vez invierta en otras industrias, favoreciendo el empleo en esos sectores. O quizá lo consuma, contribuyendo al incremento de los puestos de trabajo en otras industrias (vehículos, casas, lujo).
Por lo tanto, ahorra en salarios directos pero lo invierte de una forma u otra en salarios indirectos.
Salvo que se dé un caso de atesoramiento masivo, muy poco probable, originará tantos empleos indirectamente como los que ha quitado de forma directa.
Pero aún podemos ir más allá. ¿Qué hará su competencia? A buen seguro tratará de copiar su provechosa actividad.
Comprarán más máquinas, incrementando la carga de trabajo de los fabricantes.
A medida que fabriquen más abrigos, estos bajarán de precio.
Y serán los consumidores los que pasarán a beneficiarse por dos vías: por un lado, se comprarán más abrigos que antes, con lo que aumentará la contratación del personal de ventas.
El ahorro y el mercado laboral
Por el otro, podrán incrementar su ahorro creando empleo en otros sectores.
Finalmente, en el sector en su conjunto habrá más gente empleada que antes.
Así sucedió, por ejemplo, en la industria del tejido de algodón a finales del siglo XVIII.
En 1760, antes del uso de la tecnología, había 7.900 empleados en el sector.
En 1787 ya eran 320.000
Por lo tanto, en términos de balance neto, la tecnología no echa a las personas del mercado laboral.
Más bien al contrario, mediante el incremento de la producción, eleva el estándar de vida y el bienestar económico de la sociedad.
Los precios y la productividad
Pensemos en el número de personas que podían permitirse un Smartphone hace unos años y las que lo tienen ahora, por ejemplo.
En el largo plazo, hará bajar los precios y/o aumentar los salarios dado que la productividad mejora.
Esto finalmente redunda en un aumento de los salarios reales.
Por supuesto, a corto plazo algunas personas sufrirán las consecuencias.
Es fácil imaginar un trabajador cuyas habilidades especiales ya no son requeridas por el mercado.
Deberá reciclarse en otra especialidad si es posible.
En un caso extremo, sobre todo si tiene una cierta edad, puede que esto no sea viable.
Tendremos que idear un sistema asistencial para ayudarle de forma transitoria o definitiva, según el caso.
Pero con todo lo doloroso que pueda ser, esto es sólo una parte de la foto, no la imagen en su totalidad.
La riqueza y la economía dinámica
Estos analistas están siendo demasiado pesimistas, y examinando la situación con un claro sesgo ideológico, ya que sus conclusiones van encaminadas a justificar y exigir una mayor redistribución de la riqueza.
Si bien esto es materia de otro artículo, cabe señalar aquí que el concepto de redistribución de la riqueza es otra falacia económica.
Proviene de la idea mercantilista de que la economía es un juego de suma cero, donde uno debe perder para que otro gane.
Esto no es cierto.
La economía es dinámica y la riqueza puede crearse continuamente.
Menos estado y más libre mercado
Por eso, la clave no es redistribuir sino poner las bases para que más gente cada día pueda emprender y prosperar.
Y esto sólo se consigue con menos Estado y más Mercado.
FERNANDO SICILIA FELECHOSA
Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Oviedo en 1995. Diploma in Business Studies por la University of Bradford (Reino Unido) en 1994. Máster en Análisis Financiero por la Universidad Carlos III de Madrid en 1998. Diploma in Options, Futures & Other Financial Derivatives por la London School of Economics & Political Science en 1998. Senior Auditor Credit & Operational Risk en Banco Santander, División de Auditoría Interna (1999-2005). Desde abril 2005, Director Gerente de Clínica Sicilia. Máster en Dirección Económico – Financiera por CEF – UDIMA.
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